Batman conduce por la derecha
Discursos enmascarados
La trilogía dirigida por Christopher Nolan y finalizada con Batman, el caballero de la noche asciende, es vista y disfrutada por millones. Películas oscuras, pesimistas, que proponen una Ciudad gótica aterrizada y regida por personajes corruptos u oportunistas. Pero lo que podría ser un notable terreno para una visión crítica es utilizado en cambio para reproducir un discurso conservador y profundamente reaccionario respecto a los cambios que se avecinan en la sociedad norteamericana.
Por más que muchos se empeñen en negarlo, detrás de toda creación artística hay ideología. Toda construcción simbólica, todo universo ficcional generado y articulado reproduce retazos, ya sean conscientes o inconscientes, de una visión del mundo particular. Allí estarán volcados los prejuicios del autor, algunos de sus preconceptos, una escala de valores propia.
Es verdad que la última trilogía de Batman, dirigida por el británico Christopher Nolan, es un entretenimiento que merece ser disfrutado como tal, y negar su capacidad de impacto y de seducción sería una intrepidez mayúscula. Millones de entusiasmados espectadores de todo el mundo y un ejército de fanáticos estarían allí para contrarrestarlo.
Y en cambio, si es poco discutible el perfil conservador que trajo esta nueva saga del paladín enmascarado; ignorar la infortunada ideología subyacente es no querer ver un elefante desenfrenado haciendo estragos en una habitación amueblada. Confiando en la inteligencia del espectador, o en su capacidad de hacer caso omiso, al menos por un rato, a sus aspectos más cuestionables, es posible ver en Batman, el caballero de la noche asciende una película inteligente, formalmente sólida y sostenida con un ritmo notable –dura dos horas y cuarenta minutos que se pasan volando-.
Pero a ese otro nivel, el ideológico, las cosas ya venían muy mal encaminadas en la anterior entrega: Batman, el caballero de la noche. En ésta el Guasón, abanderado del apocalipsis, era un villano horripilante que ponía en jaque a las autoridades de Ciudad Gótica con sus acciones terroristas, sus despiadados secuestros y sus métodos para infundir el horror, aleatorios e irracionales. Ante tan incomprensible y horrenda amenaza, Batman, -que aunque fuese un personaje oscuro y cuestionable de a ratos, no dejaba de ser el héroe- se veía forzado a usar violencia en los interrogatorios, a armarse como nunca antes, a inmiscuirse en la vida privada utilizando dispositivos de vigilancia masiva. El fin justificaba los medios; subyacía la vieja idea de que “tiempos desesperados requieren medidas desesperadas”. Los defensores más acérrimos de la película esgrimieron que no había que leer las reacciones de Batman como algo en sí mismo refrendado por la película y sus autores; se trataba de algo cuestionable pero reconocible, cualidades temiblemente humanas que eran certeramente expuestas en el filme. Pero lo cierto es que poco importa lo que haya querido decir Nolan, ya que, como en la mayoría de las películas de superhéroes, lo que evidentemente se busca es la identificación del espectador con el paladín de la justicia, aquel responsable de combatir las amenazas y de devolver el orden perdido. No se pueden ignorar los puntos de contacto del Guasón con un terrorista talibán -utilizaba fanáticos con bombas adheridas al cuerpo, enviaba filmaciones caseras de ejecuciones, tomaba rehenes, planificaba escrupulosamente destrucciones urbanas-, y la invención de una situación imposible (de esas que solo parecen darse en el cine) que justificaba, por parte de Batman, el uso de la tortura sobre su apresado Guasón.
Occupy Wall St. En un momento determinante de esta nueva entrega, la intromisión de los villanos encabezados por el temible Bane en lo que vendría a ser un símil de Wall Street dentro de la Ciudad Gótica, supone una carta de presentación de su anárquico movimiento, y una primera muestra de su accionar. Así como llega al precinto, Bane elimina como al azar a un par de tipos –otra vez los malos cuentan en sus filas con suicidas dementes, otra vez la matanza es aleatoria e indiscriminada– y cuando un corredor de bolsa le replica que no hay nada para robar allí, el villano responde “Entonces, qué están haciendo aquí?”. Hasta ese momento podría pensarse en una fuerte crítica a la especulación financiera y al modelo económico, pero en seguida comparece el contradiscurso. Otro de los personajes dice que el dinero ahorrado, incluido aquel que el ciudadano de a pie tiene escondido debajo del colchón, perderá su valor de continuarse la acción terrorista en la bolsa. La escena no tendría tanta importancia simbólica si hoy no existiera el poderoso movimiento Occupy Wall Street, –que hoy goza de la simpatía de la mayoría de los estadounidenses, quienes seguramente no vean la bolsa como un organismo indispensable– cuyo principal objetivo es la ocupación continuada de Wall Street para hacer visible la protesta contra la avaricia corporativa y la desigualdad social. Es ciertamente desafortunada la referencia a una intromisión de tipo anarco-terrorista considerando la coyuntura, y más aún la exposición de los "oprimidos" –así autodefine Bane a los suyos– como unos terroristas desenfrenados.
Bomba atómica y policía. No se acaba aquí la lista de temas controvertibles: en la película se da cuentas de cómo el imperio del magnate Bruce Wayne se derrumba después de haber invertido en un proyecto de energía limpia diseñado para aprovechar la fusión nuclear. Sin embargo, la idea de proveer energía sustentable a toda la ciudad se cancela después de saber que el núcleo del reactor podría ser modificado para convertirse en una bomba de neutrones. Por supuesto que esto es un disparate a nivel científico, ya que una transformación de este tipo es absolutamente imposible –existe una diferencia abismal entre fisión y fusión–, pero la invocación de una falsa dualidad entre energía autosustentable y bomba nuclear no es precisamente una ayuda en un momento en el que se están debatiendo los posibles cambios en los paradigmas energéticos.
Mención aparte merece otra escena crucial: se trata de un enfrentamiento callejero entre una horda de delincuentes armados contra un valeroso regimiento de policías que, aún en un momento crítico de caos y anarquía general, se alza para defender el orden público. Es curiosa una visión tan integrada y afín al cuerpo de policía norteamericano por parte de Nolan, algo que se encuentra en las antípodas de la invocado por Matt Groening con su imagen del departamento de policía liderado por el Jefe Gorgory en Los simpsons.
El conservadurismo ideológico sobrevuela. Se expone a una ciudad gótica en la que existe corrupción, en la que el estado de cosas es ciertamente imperfecto, en el que impera la ambición desbocada y la injusticia, pero que en definitiva es el mundo conocido, el único terreno a pisar. Los vientos de cambio, las "tempestades", son ciertamente pavorosas. Siempre será mejor "lo que hay" que las amenazas insurgentes.
Christopher Nolan ha hecho declaraciones recientes expresando que su película “no es de derecha ni de izquierda. No es política. Lo que intenta es hablar de cosas reales de hoy, que significan algo para la gente y provocan reacciones en el público”. Se escuda Nolan en la impunidad conceptual del entretenimiento popular, se asemeja demasiado al provocador sonriente que arroja la piedra para luego esconder la mano. Y quizá pueda concedérsele que su proyecto no sea deliberadamente político. Más bien parece un collage, una amalgama, una interesante combinación de elementos no demasiado coherentes consigo mismos, pero sí con la batería de miedos imperantes en el imaginario del tambaleante statu quo norteamericano.