Batman

Crítica de Iván Bialy - CineFreaks

De vengador a protector.

¿Cuántas veces se escuchó decir que Batman es el mejor detective del mundo? Si bien la mayoría nunca pudimos ser testigos directos de semejante afirmación en display, basándonos al menos en la historia televisiva y cinematográfica del personaje, eso es lo que siempre se dijo y los únicos testigos de tal aseveración serían los seguidores del personaje en los cómics y su extensa tradición. Pero lo concreto es que para quienes seguimos a Batman mayormente en cine o medios audiovisuales, jamás percibimos al encapotado como un Poirot o un Columbo disfrazado de murciélago (aunque con sus problemas psicológicos Bruce Wayne sería más Adrian Monk, pero ya se vuelve una cuestión semántica; todos los superdetectives son excéntricos y medio lunáticos). Batman, para el público, es un héroe mayormente de acción, con una voluntad de hierro para tratar de librar a su ciudad del elemento criminal, a través de infinitas habilidades y recursos a su disposición. A lo largo de las décadas, las interpretaciones del encapotado variaron en tono y conceptos, pero Batman en esencia siempre sería, como se dijo, un personaje de acción primero, y un prodigio de la deducción después. Y no valorar y honrar estas jerarquías es de algún modo no entender del todo al personaje y su legado en la cultura popular, y por extensión desestimar lo que serían las demandas de su público más amplio e incondicional.
Con este preámbulo, llegamos a The Batman, la visión de Matt Reeves (Cloverfield, las partes 2 y 3 de la última trilogía de El Planeta de los Simios) donde nuestro héroe es básicamente este superdetective prometido durante tanto tiempo, torturado emocionalmente y que deambula por los callejones de Ciudad Gótica resolviendo enigmas y tirando algún que otro puñetazo si le sobra tiempo y ganas. Para amantes del Batman de acción, esta nueva encarnación cinematográfica tendrá que aprenderse a querer por otros méritos, que igual no son pocos; simplemente son distintos a lo que estamos acostumbrados quienes disfrutamos del Batman, digamos, más acrobático y pirotécnico (que no es un crimen tampoco). Para quien haya visto los tráilers, esa es prácticamente toda la acción física que se tendrá en la epopeya de Reeves, y poco más. Claramente la agenda es otra y estamos ante un “Batman elevado”, por usar un término de moda. ¿Bueno o malo? Dependerá de cada uno.
El comienzo de The Batman es sencillamente formidable. La voz en off en primera persona de Robert Pattinson al mejor estilo del Cine Negro clásico -que claramente Reeves intentará emular con cada fotograma y cada acorde musical- nos mete de lleno en la noche de una Ciudad Gótica lluviosa, mugrienta, llena de peligros, y rinde cuentas del derrotero emocional de nuestro protagonista. En sus palabras hay frustración y enojo. El Batman narrador dice ser la oscuridad y que no sabe si sus acciones como vigilante urbano en los últimos dos años tuvieron algún efecto y si su cruzada tiene algún propósito; y esta será la clave del film: Batman encontrando su propósito y vocación; pero a esto atenderemos más adelante...

La primer secuencia con la presencia de Batman cimenta este concepto de que la más efectiva herramienta a su disposición es el miedo que puede -e intentará- infundir en todo delincuente que cuando mire al cielo y vea la batiseñal, deberá preguntarse si el murciélago se esconde en esas sombras de cada rincón de la ciudad. Esos pensamientos en off de Batman, cargados de auto-duda y desilusión, remarcan lo obvio, que es que le resulta imposible estar en todos lados a la vez, por eso la batiseñal tendrá que funcionar como elemento de disuasión y crear ese espacio de incertidumbre y terror en la mente criminal, de aquellos que teman su presencia en la oscuridad. Y acto seguido vemos que el mito de Batman no es tal cosa, sino una realidad aplastante; un grupo de malhechores carapintadas haciendo de las suyas en una estación de subte están a punto de conocerlo… de camino al hospital, claro está. Y este momento es de una belleza electrizante. Sabemos que Batman está en las sombras, porque oímos sus pesados pasos en el concreto mojado; se viene, y los chorros también lo saben. En este momento todos los trucos fotográficos y sonoros de los que hace alarde Matt Reeves indican que estamos ante algo inspirado, potencialmente grandioso y diferente; estamos además ante la versión de Batman más hiperrealista y oscura –literalmente- de la que hayamos sido testigos en la historia del personaje en una pantalla. Si esto es una virtud o un problema, es algo con lo que el espectador tendrá que debatirse a lo largo de las siguientes tres horas cargadas de abatimiento y penumbra. En el mejor de los casos, no será difícil anticipar que estaremos ante una película divisiva, como todo hoy en día. Estamos atravesando épocas de grietas en cualquier materia que se precie. The Batman, como lo fue la Joker de Todd Phillips hace unos años, puede que no sea la excepción y podrá acusársela de cometer algunos pecados que otros leerán en virtudes. Hay bastante para querer en este Batman de Matt Reeves, pero también objeciones a aspectos de su lectura y registro.

Como se dijo al comienzo de la nota, siempre se coqueteó con que alguna vez veríamos a ese Batman detectivesco, y si bien la idea es atractiva en papeles, Reeves se la tomó con una literalidad un tanto preocupante. ‘El Batman para el que no le gusta Batman’, gritarán algunos; ‘el Batman para el que se cree por encima del cine de superhéroes’… y serían afirmaciones válidas, o al menos discutibles. The Batman presenta una versión del vigilante/justiciero que adhiere a la fórmula del policial negro y sus mecánicas narrativas mucho más de lo que hace una explotación full de sus competencias como el personaje de acción que un Batman pleno debería ser por ley, y quizás ese maestro detective como complemento de carácter. El error de cálculo de la película, si cabe llamarlo así, es pensar que ambas caras del personaje son excluyentes entre si y que no podían coexistir en estos excesivos 176 minutos de metraje, tanto la historia detectivesca que idearon como base y la película de acción que todo amante de Batman merecería ver siempre en pantalla, sin importar la época y la iteración. Pero inclinar la balanza completamente hacia el perfil apesadumbrado, cerebral y casi desprovisto de las virtudes de acción del encapotado, es un desperdicio de potencial, una experiencia seguramente morosa para más de uno. Las secuencias de acción son pocas, fugaces, carecen de espectacularidad y son poco memorables.

Contar la trama no tiene mucho sentido en estos casos, y francamente me aburre sobremanera hacerlo, pero resumamos la cuestión en que hay un asesino serial suelto, que se hace llamar El Acertijo, y que tiene a la ciudad en vilo mientras caza toda clase de figuras de poder en la maquinaria corrupta de Gotham. La galería de personajes que tejen esta trama putrefacta con narcotráfico, trata de blancas, corrupción política, etc… son muchos y cada uno con su agenda, algunos más siniestros que otros, pero el eje de la trama policial es que El Acertijo (cual Zodíaco juguetón con sus pistas para la policía y los medios) tiene una correspondencia macabra con Batman, dejando notas para el murciélago con cada cuerpo que mutila. El por qué de esto será revelado a lo largo de la historia, siendo incluso Bruce Wayne un eventual target en la lista de potenciales víctimas del criminal. En su investigación, Batman hará equipo con el comisionado Gordon (o viceversa), el único de la fuerza policial en confiar en aquello que la opinión pública y las autoridades consideran apenas un vigilante desquiciado.

Pero el otro eje de la historia, que incluso se hace más prominente con el correr de los minutos, es el que hace a la relación de Batman con Gatúbela, una suerte de doppelganger de nuestro héroe que tiene sus propias metas pero a la vez una afinidad emocional con Batman que hará del vigilante ir recuperando la empatía que hace años que ya no siente por nada ni por nadie. Este es un punto interesante del film, porque algo evidente desde el comienzo en Bruce Wayne es su apatía y entumecimiento emocional que no lo lleva a conectar con el mundo que lo rodea, ni siquiera entenderlo para así tratar de descubrir cuál es su propósito como el protector que quiere ser pero no consigue. El compás moral del Batman del comienzo de la película está roto, por eso no entiende cuál es la diferencia que puede hacer en su ciudad, y lo hace explícito en sus monólogos. No siente nada, no le importa nada más que sus escapadas catárticas por la noche donde se hará llamar literalmente ‘venganza’ cuando le preguntan su nombre. Y cómo convertir esa identidad de vengador en justiciero legítimo es de lo que realmente se trata The Batman, y es algo que nuestro protagonista logrará gracias a su conexión con Selina Kyle (AKA Gatúbela) y distintas reflexiones consecuencia de su cruzada para apresar a este asesino demente y la interacción con los distintos jugadores en el esquema podrido de Gotham, donde destacará El Pingüino de un Colin Farrell que es sin dudas de lo más divertido del film (creo que es de los pocos que entendieron realmente de qué se trata el género), o el capomafia Carmine Falcone de un John Turturro que cumple pero que no hace nada memorable. La trama es bastante compleja (cuando no complicada, medio al pedo), y son muchos más los elementos con los que Reeves y Cia. tejerán quizás la película más craneal vista sobre Batman jamás. Pero lo dicho, a no engañarse con los artilugios de este policial intrincado con demasiados personajes y trampas argumentales; el núcleo de esta historia es Batman aprendiendo a ser Batman. Y El Acertijo ni siquiera es tan prominente ni destacable como lo fuera El Guasón en The Dark Knight, donde directamente era casi el protagonista de la película, y esto tiene un motivo: los villanos acá en cierta medida no importan, son un medio para un fin, siendo éste que Batman consiga vencer a su peor enemigo, uno declarado en el comienzo de la película, que es su propio odio. Batman contra Batman; todo lo demás es circunstancial y al servicio del viaje de descubrimiento de un héroe que debe aprender a cuidar de la gente de Gotham, más que exorcizar sus demonios haciendo pulpa a sus enemigos de turno. Es por esto que The Batman no tiene un gran clímax de acción en el tercer acto, ni tampoco El Acertijo es una gran amenaza para ese entonces (cuando finalmente le vemos la cara a Paul Dano, es apenas otro loquito estereotipado). El clímax es concretamente de épica emocional, con Batman descubriendo su vocación de protector, abierto a la empatía y con la capacidad de mirar a un niño a los ojos sin tantas reminiscencias de trauma (hay dos momentos concretos en la película, uno en el comienzo y otro cerca del final, donde Batman tiene situaciones similares con dos nenes desamparados y es notorio el cambio de perspectiva y emociones que transmite en ambas instancias). Nada de esto es accidental. Reeves sabe el tipo de relato y Batman que quiso construir, y claramente The Batman no es un film de acción, no es un film de aventuras, no es el Batman asombroso que quizás la mayoría de nosotros querríamos ver; la película es un drama y un policial, y Batman es solo un tipo, con habilidades y recursos particulares para hacer cosas extraordinarias y que veremos de forma muy contenida, pero un tipo al fin, con traumas y sensibilidades.

Sobre el paladín en cuestión, tiene buena presencia y transmite mucho con muy poco. Si bien el mayor porcentaje de esta presencia lo impone el traje y cómo Reeves lo fotografía (como suele ser con Batman), los aportes de Robert Pattinson son incuestionables y el actor apela a distintos tipos de minimalismo, ya sea con un tono de voz muy bajo pero intimidante, o con sus movimientos lentos y mirada atenta. Este Batman habla poco, observa mucho y denota una inteligencia enorme; esto le termina de dar la presencia que necesita y debería silenciar a todos los críticos del actor de Crepúsculo, quien ya demostró con los años y de sobra que tiene madera para actuar si los proyectos se lo permiten. La composición de Pattinson hace de un Batman misterioso, impredecible, que cuando entra a una habitación se hace notar y por las dudas no lo vas a mirar a los ojos. Su Bruce Wayne transita por una senda similar, ya que este Batman/Wayne ‘del año dos’ vive cabizbajo, con tono monocorde y todavía no creó el alter ego del millonario excéntrico para la percepción mediática y popular. Así que con o sin capa, es la misma parquedad, y no está mal.

Por su parte, la Selina/Gatúbela de Zoë Kravitz complementa muy bien la oscuridad emocional de Batman; carga su buena mochila de traumas, su tono es igual de melancólico que el de su compañero de andanzas y no solo luce todo lo bien que se le puede pedir a esta versión terrenal de Catwoman, sino que maneja un grado de vulnerabilidad que dista de cualquier composición canchera como se vio en encarnaciones previas. Esto refuerza el propósito del film de usar la humanidad y calidez de su relación con Batman y permitirle al murciélago completar su arco de transformación. Esta simbiosis emocional entre Gatúbela y Batman está soportada en una enorme medida con la banda sonora de Michael Giacchino, definitivamente de los mayores logros del film, y las variaciones del leitmotiv de Batman en presencia de Gatúbela hablan volúmenes de las intenciones de Reeves en tanto registro contemplativo y los aspectos más sensibles de su visión sobre su héroe.

The Batman es una película sólida, bella y muy calculada estéticamente y bien actuada, no hay dudas de esto. Si comete algún pecado, que reiteramos será una conclusión directa del beneficio de duda que cada espectador de género otorgue a la visión de Reeves, es ser quizás demasiado seria, melancólica, y hasta deprimente, diría. El film de Reeves carece de todo sentido de diversión, aunque deliberado como dijimos, y por momento da la impresión de buscar alcanzar prestigio con una excesiva solemnidad. Nunca sabré por qué semejante talento, como el demostrado por Reeves a lo largo de una carrera intachable, no pudo -o quiso- concebir la noción de que el público puede ser estimulado intelectualmente y entretenido a la vez. Paradigma fundamentalista y tonto si los hay, el hecho de pensar que no se puede servir a dos propósitos y que se entienda al cine de forma maniquea como “entretenimiento versus arte”; algo predicado por muchos de estos directores que solo pueden pensar en espectros opuestos, en satisfacer minorías y alienar gustos. The Batman es un buen film con muchas ideas y un cuidado estético excepcional, reiteramos, pero a la vez una experiencia por momentos mecánica, casi burocrática diría, y eso la limita terriblemente. La salva que exprime muy bien los aspectos psicológicos de los personajes centrales, pero no sé si alcanza.

Quizás algún día otro director con una visión más amplia (podría haber sido Ben Affleck si hubiera seguido adelante con este proyecto, alguna vez suyo), entenderá de lo que se trata una legítima odisea del encapotado y los matices de uno de los personajes más fascinantes del mundo de los superhéroes. Esa combinación perfectamente balanceada entre policial y acción, entre drama y aventura. Cómo decía la frase de El Resplandor: ‘todo trabajo y nada de diversión hacen de Jack un chico aburrido’. Lo mismo puede decirse de Matt Reeves y los aspectos menos logrados de su Batman. No obstante, hay mucho para apreciar y desmenuzar. Una obra compleja, meditada, solo que quizás demasiado…?