Macro parodia y abulia profesional.
Resulta francamente increíble que llegue a la cartelera porteña una película como Berberian Sound Studio (2012), todo un conglomerado de características que casi nunca encontramos en los desastres mainstream y los bodrios indies que suelen ser ensalzados por crítica y público. Esta anomalía absoluta retoma el pulso y algunos tópicos de la mítica Blow-Up (1966), de Michelangelo Antonioni, poniendo en perspectiva la previsibilidad de la industria cinematográfica en general y la enorme necesidad de realizaciones revulsivas, tanto en el plano temático como formal, capaces de patear el tablero y molestar a los desprevenidos (el inconformismo debería ser el sustrato ideológico de toda obra que se dice “contracultural”).
Así las cosas, el film que hoy nos ocupa está atravesado por la angustia laboral/ existencial de Gilderoy (Toby Jones), un ingeniero de sonido -especializado en programas televisivos infantiles- que es contratado por un equipo de producción italiano para lo que parece ser un giallo satanista símil Suspiria (1977), de Dario Argento. Desde el vamos, la puesta en escena es por demás claustrofóbica: la historia nunca sale del estudio de grabación del título, el desarrollo narrativo sigue una estructura cíclica y los destellos surrealistas/ oníricos a la David Lynch pueblan la trama. El excelente desempeño de Jones apuntala este calvario gradual y refuerza la concepción de un purgatorio extremadamente pesadillesco...