A todos los cinéfilos suelen gustarnos estas apuestas de mostrar un poco la cocina de aquello que amamos tanto como es el cine. En este caso, somos transportados al maravilloso mundo de la banda sonora, en donde se doblan diálogos, se usa el silencio y el Foley (son imitaciones analógicas, es decir fuera de una galería digital de sonidos, de otros). Así vemos, por ejemplo, cómo con la tensión y la música correcta, rebanar una sandía o una cabeza es casi lo mismo.
Esta es la historia de Gilderoy (Toby Jones), un ingeniero de sonido inglés que es invitado a sumarse a un proyecto que él cree es una película ecuestre. Cuando llega se encuentra con un terror intenso, sangriento y con la mística del “hecho real” ya que le cuentan que estos asesinatos efectivamente sucedieron.
Con una secuencia de títulos virando al rojo, esta película que es mitad hablada en inglés y mitad español tiene una estética que intenta acercarse a Dario Argento, pero queda a mitad de camino cuando vemos a esta tensión que sube, pero desgraciadamente, solo en la banda sonora. Lo que sí tiene es el ambiente de la cocina del cine y es lo único en lo que de verdad gana.
Berberian estudio de sonido es el lugar al que este inglés va a parar para encontrarse en medio de la Torre de Babel, donde nadie está dispuesto a ayudarlo y él tiene que encontrarle la vuelta. Tanta soledad, tan poca luz del sol y tantas vueltas para que le devuelvan el dinero del pasaje, al menos, harán que este hombre prácticamente viva dentro de esas paredes y así, el límite entre la realidad y la ficción se le van borrando fácilmente. Imagínense vivir entre micrófonos que escuchan los abusos del productor y el director a las actrices, el pavor que éstas tienen, el miedo al fracaso y todo eso proyectándose en una pantalla muda, donde las bocas gritan y no dicen nada.
Peter Strickland es el encargado de este proyecto de co producción entre Italia y Gran Bretaña, también escribe este guión plagado de homenajes y con un giro bastante simple en el que mucho se sugiere y no se dice nada. Creo que es una buena apuesta, pero muy inferior a trabajos anteriores entre los que se destaca su metamorfosis en corto.
Es una película correcta, una estética por momentos muy austera y por otros tremendamente recargada que genera ruido por una banda sonora tal vez con demasiados planos y mezclas de efectos. La cocina termina ensuciando tanto la mesada que por momentos no estamos seguros de lo que estamos viendo y esta pretensión es la que nos deja un sabor agridulce en la boca. Pudo haber sido espectacular, pero se quedó en simplemente “peculiar”.