Sólo para fans de la música tecno
Berlin Calling, una producción pensada para un target de público bien definido
Eficaz en su registro documental de la noche berlinesa con sus boliches y su fauna no demasiado diferentes de los de otras ciudades; ni tan imaginativa en lo visual ni tan generosa como podría esperarse en sus ilustraciones musicales, y bastante convencional en su planteo dramático, Berlin Calling es un producto cuyo target está bien definido: son los fans de la música tecno y en especial los admiradores de Paul Kalkbrenner, el músico y productor alemán que participó el mes pasado en la edición local de Creamfields.
El, que había sido convocado por el director Hannes Stoehr para componer la banda sonora de un film sobre la música electrónica en el Berlín actual, terminó siendo también su protagonista (lo que mucho incidió en su popularidad) y, en parte, fuente de inspiración del personaje.
Como Kalkbrenner en la realidad, tampoco Martin Karow se conforma con trabajar como DJ sobre grabaciones ajenas: quiere hacer su propia música y por eso despliega una febril actividad: anda de gira permanente, de rave en rave y de club en club sin separarse de su único instrumento (la laptop donde crea sus invenciones sonora) ni de su novia y manager. En ese ajetreado itinerario, siempre hay cerca un dealer con su surtida y actualizada provisión de estimulantes.
Si el recuerdo de otras biografías de artistas consumidos en un fuego alimentado a drogas no basta hasta aquí para imaginar lo que sigue, ahí está el nombre artístico del personaje -DJ Ickarus- para anticiparlo: en su avidez por escapar en alas de la música de su laberinto interior, Martin asciende demasiado y se quema en un mal viaje que aviva su esquizofrenia y lo deposita en un psiquiátrico. La experiencia en la institución, sus fugas y sus recaídas más algún apunte acerca de las penas que sufrió en el pasado y el vacío que lo agobia en el presente completan el retrato del artista, acosado por las tentaciones del ambiente underground, las presiones de la discográfica, la preparación del álbum que será consagratorio, su propia inmadurez y su propia voracidad.
Lo mejor de esta historia previsible (y de milagroso desenlace) está en el trabajo de Kalkbrenner como actor y en su música, aunque es probable que para sus fans la dosis haya resultado demasiado escasa.