Las segundas oportunidades no existen.
A veces cuesta recordarlo pero hubo una época en la que la industria cultural nos regalaba una infinidad de obras en la línea de Project Almanac (2015), en esencia films pasatistas y delirantes aunque sumamente entretenidos, cargados de un furor que se trasladaba con facilidad hacia el otro extremo de la pantalla. Antes de la higiene masiva y el culto fanático a la parcela ATP, lo estándar era explotar el engranaje/ tópico de moda a través de una escalada formal que no sólo reproducía los lugares comunes de siempre, sino que también solía respetar la vieja premisa de “maximizar o diversificar” los detalles en el campo del contenido, ampliando -de manera un tanto paulatina- el grosor de lo considerado aceptable.
Como aquel período quedó en el pasado, hoy por hoy debemos contentarnos con productos híbridos como el presente, orientados a recuperar la tradición centrada en el equilibrio entre la progresión dramática y el aspecto visual, dejando en parte de lado la dependencia para con la bola de nieve de los CGI y metiéndose de lleno en todos los absurdos narrativos que uno pudiera imaginar. La simpática ópera prima de Dean Israelite llama la atención por un planteo ambicioso que reflota elementos de las películas estudiantiles de los 80, el found footage de nuestros días, el género de aventuras y la gloriosa ciencia ficción basada en viajes temporales, experimentos bizarros y ucronías de variada índole, accidentes mediante.
Teniendo en cuenta el paupérrimo nivel intelectual de los “protagonistas promedio” de este tipo de convites, se agradece que el líder del grupito de adolescentes de turno sea David Raskin (Jonny Weston), un joven con intenciones de entrar al MIT pero sin la capacidad económica para solventar sus sueños. Todos sus problemas comienzan a resolverse cuando descubre una cámara con una filmación de su séptimo cumpleaños, en la que se reconoce a sí mismo ya adulto en un reflejo, circunstancia que lo conduce hacia los planos de una máquina del tiempo, vinculada con el misterioso trabajo de su padre. De inmediato Raskin, su hermana y sus amigos construyen el dispositivo sin medir los efectos concretos a futuro.
Aquí se unifican el armazón general de Poder sin Límites (Chronicle, 2012) y las alusiones al thriller metafísico símil Primer (2004), Los Cronocrímenes (2007), Coherence (2013) y la excelente Time Lapse (2014). Project Almanac ofrece una versión minimalista y eficaz de esa exaltación de la curiosidad científica de antaño, propia de opus como Tomorrowland (2015), aunque no sin caer en inconsistencias en cuanto al desarrollo: la vehemencia lúdica de la introducción y el desenlace contrasta con un nudo con algunos baches. Ahora bien, la química entre los actores y los interesantes chispazos de humor apuntalan una propuesta humilde que certifica aquello de que las “segundas oportunidades” en realidad no existen…