Hay que saber venderse
Margaret (Amy Adams) es una mujer sola con una hija que abandona a su esposo a mediados de los años 50, cuando no era muy común que las mujeres abandonaran a quien protegía y proveía a la familia.
Margaret habia estudiado arte, y era muy talentosa, pero al mismo tiempo era una mujer muy insegura, que no sabía si era capaz de valerse por sí misma, y mantener a su hija.
Un día conoce a Walter Keane (Christoph Waltz), también artista plástico - o al menos así se presentaba - y comienzan una relación que rápidamente termina en matrimonio.
Walter era todo lo contrario a Margaret, un artista sin talento, pero muy extrovertido, con mucha imaginación, y capaz de inventar cualquier historia con tal de vender un cuadro; esa clase de personas que saben ver una oportunidad y aprovecharla; en síntesis, un hombre capaz de vender arena en el desierto, para quien el dinero era mucho más importante que el arte.
El tema principal en la obra de Margaret eran niños con enormes y expresivos ojos, que generaban tristeza o angustia, en una atmósfera bastante oscura.
Un día la pareja monta una pequeña muestra en un bar, y para poder vender una obra Walter dice que los cuadros de niños son suyos, e inventa una historia para poder convencer al comprador; como las cosas resultan, y ambos firmaban sus obras como "Keane" poco a poco Walter deja de lado sus paisajes, en los que nadie estaba interesado, y comienza a vender las obras de Margaret, como si fueran suyas.
Cuando Margaret lo descubre no sabe como reaccionar, pero es una mujer tan oprimida, que termina aceptando que otro se apropie de su obra. Walter es tan buen vendedor, y tan buen mentiroso, que las obras de Margaret se venden a montones, y el hombre, hábil para los negocios, saca todo el provecho posible de las imágenes y las vende hasta en estampillas, mientras Margaret pinta encerrada en su casa, sin descuidar la producción y guardando el secreto.
La historia tiene dos puntos muy interesantes: la personalidad de una mujer en esos tiempos, que cree que no será capaz de hacer nada en este mundo sin un hombre al lado que le marque el camino, y el contexto del arte en San Francisco llegados los años 60, donde la obra de Margaret se consideraba kitsch, y el arte abstracto y conceptual parecían ser lo único que podía considerarse arte en esos tiempos. Así se pueden analizar muchas cosas: qué es arte, qué pasa con el arte cuando se hace masivo, y cómo funciona un mercado que en general es bastante snob.
Pero aunque la historia toca estos temas, lo hace de modo muy superficial, y se centra demasiado en el personaje de Walter - que parece hecho a medida para Waltz –, en su personalidad mitómana y controladora, en sus excesos y su amor por el dinero, y la historia se torna redundante y el personaje de Waltz se vuelve demasiado maniqueo y caricaturesco.
Es bueno ver a Burton alejado de sus temas oscuros y fantasiosos por un rato, y más cerca de las biografías - como ya lo hizo brillantemente con Ed Wood –, vuelve en esta historia a centrarse en un personaje capaz de crear, y poco comprendido en su tiempo, pero nuevamente queda en ese limbo entre la caricatura y los personajes reales, y no termina de sacarle provecho al contexto y ni a la sicología de los personajes, que terminan perdiendo profundidad.
La historia tiene una hermosa fotografía, una gran ambientación que reconstruye el ambiente creativo y bohemio de los años 60 en San Francisco, y Amy Adams hace una interpretación brillante que sostiene toda la tensión del filme hasta que finalmente reclama lo que es suyo.