Un amigo siempre dice que cualquier película que parta de estar basada en una historia real, automáticamente suma puntos. No estoy muy segura de eso, pero me gusta arrancar de esta idea: sí, Burton quiere redireccionar su cine (lo cual incluye hacer casting y no llamar a Depp y su ex mujer para cualquier película) y se inclinó por este guión bien clásico inspirado en la vida de Margaret Keane.
Cuenta la leyenda que esta particular artista de una timidez crónica, divorciada y con una hija, se encontró a mediados de los 50 con su segundo marido, quien la cuidó tanto que terminó llevándose el mérito por las obras que ella pintaba, diciendo que eran de él. El casting, para esto, viene como anillo al dedo: Amy Adams como esta chica tímida y sumamente creativa y Christoph Waltz como este personaje perverso que es mezcla de artista frustrado con un abusador, pasando por lapsos de locura en el que él mismo se creía su ficción y ella empieza a alucinar (cuando digo que es clásico y básico, soy sincera).
La película está cargada de colores brillantes, esa paleta ficticia que Tim Burton tanto usa y abusa. Basta con recordar algunos decorados de “El Gran Pez” o el barrio perfecto de “El Joven Manos de Tijera” para fundamentar esto y a medida que el ánimo de nuestra protagonista cae, va haciéndose sombrío, sello absoluto de su director que si nos quedamos sin contenido suena más a vicio que a sello.
Si bien ambos actores han recibido nominaciones y nadie puede dudar de su forma de construir personajes, honestamente terminan pareciendo un poco maquetados en este titiritero mundo burtoniano, donde todo radica en la estética y en la música (compuesta por su eterno partenaire Elfman) y los actores no buscan el naturalismo. Acá lo que prima es la cáscara y la historia, pero no es un film de personajes. Las dos canciones de Lana del Rey son memorables y el resultado es más que llevadero, sin pasar por alto a la batería de secundarios que ayuda mucho a elevar su nivel.
El resultado final, si no conocés la historia original sobre todo, es bueno, pero en esta búsqueda de rumbo nuevo Tim se quedó con los vicios y perdió la identidad: entregó una película formalmente apenas correcta y desperdició recursos que muchos directores matarían por tener.