Estrenó el once de mayo pasado la última película del realizador de Todo lo que veo es mío (2015) y Su realidad (2015), quien en esta oportunidad relata una de las visitas del reconocido jazzista Bill Evans y su equipo a San Nicolás, en 1979 (la primera vez que estuvo en el país fue en 1973). Mariano Galperín construye un relato que se destaca por encontrar en la simpleza un lugar para lo cómico, lo dramático, lo peculiar y escenas breves pero memorables que le sacan una sonrisa (o una lágrima) al espectador.
En el recorte que Galperín realiza, Bill Evans, compositor de «I love you» y «My foolish heart», entre otros clásicos del jazz, pasa unos días en San Nicolás para brindar un show en el teatro local. Si bien su visita le costó mucho a los organizadores, no se advierte demasiado revuelo por la presencia del músico, sólo unos pocos lo conocen. Evans se muestra apagado y deambula por las calles con pesadez, encuentra en el alcohol y las drogas la vía de escape de sus propios tormentos y pérdidas familiares. ¿Cuál es la salida del artista? La música sin duda, pero también aquello que lo desconecta de lo real y que lo haga viajar a aquel pasado donde estaba rodeado de personas que amaba, y que ahora solo aparecen a través de los delirios que producen los excesos.
Galperín dirige y escribe con inteligencia y sobriedad. El relato se mantiene lineal, lo que por momentos sumerge al espectador en escenas monótonas, hasta que el hilo narrativo salta temporalmente el orden de los acontecimientos. Los recuerdos, materializados a través de flashbacks, e incluso lo que el protagonista se imagina, le aportan un interesante vuelo creativo a la película. «Bill 79» no acude a golpes bajos, el dramatismo se construye a partir de las decisiones que toma el director para narrar el filme y los matices de su elenco. Diego Gentile encarna a un Evans que atraviesa diferentes estados de ánimo, el personaje sostiene el dolor y la angustia del pasado durante cada una de las situaciones que vive. Marina Bellati (Susan) y Paco Gorriz (Diego) logran muy buenas escenas, aunque sin duda la cámara está puesta en la figura de Evans, que viste muy a la moda de la época, usa lentes de sol constantemente, y no oculta mostrarse turbado por los fantasmas que lo persiguen.
El vestuario y el diseño de producción, trabajo de Lorena Ventimiglia y Ana Casariego, logran trasladar al espectador al año 79, hay un trabajo cuidado en los detalles, incluso en los interiores, que contribuye al verosímil de la trama.
«Bill 79» es una oportunidad cinéfila para conocer la otra de aquel compositor apasionado y talentoso. Lo bueno y lo malo. Lo que se ve sobre el escenario, pero también lo que sucede en lo privado.