Sobre el militarismo sintético
Lo mejor que puede decirse de Bloodshot (2020) es que es más una película de acción tradicional con un dejo de thriller tecnológico que otra basura de superhéroes y aledaños destinada a los oligofrénicos de siempre del público contemporáneo, detalle que por cierto tampoco habla demasiado a su favor porque en sí esta ópera prima de David S.F. Wilson, protagonizada por un Vin Diesel todavía más de madera terciada que de costumbre, es una especie de remake para lelos de la excelente Upgrade (2018) de Leigh Whannell, la cual a su vez era una reinterpretación de aquella primigenia RoboCop (1987) de Paul Verhoeven. La película es por momentos aburrida y está repleta de CGI y cámaras lentas por igual, sin siquiera llegar al nivel de la formalmente similar aunque superior Soldado Universal (Universal Soldier, 1992), con unos jóvenes Jean-Claude Van Damme y Dolph Lundgren.
La trama gira alrededor de otro de estos “patriotas” norteamericanos que andan matando árabes en Medio Oriente en nombre del imperio, ahora Ray Garrison (Diesel), quien termina secuestrado por un loquito, Martin Axe (Toby Kebbell), que lo asesina a él y a su interés romántico de turno, Gina DeCarlo (Talulah Riley). Por supuesto que un científico misterioso con un brazo robótico, el Doctor Emil Harting (Guy Pearce), y su mano derecha, la bella KT (Eiza González), lo traen de vuelta a la vida pero en una “versión mejorada”, léase con una fuerza descomunal y con la infaltable capacidad de sanar en unos segundos una y otra vez. No pasa mucho tiempo hasta que el amnésico Garrison, hoy Bloodshot para los amigos, recuerda los pormenores de la muerte de su amada y parte en pos de venganza contra Axe, lo que deriva en una masacre bien pomposa en el interior de un inmenso túnel.
El guión de los erráticos Jeff Wadlow y Eric Heisserer sigue al pie de la letra las reglas básicas del formato del militarismo sintético y la manipulación psicológica/ emocional y rápidamente nos revela que todo se trata de una gran mentira para convertir al adalid en cuestión en un sicario al servicio de Harting mediante el implante de recuerdos que no son tales y el condicionamiento para que mate a esta o aquella víctima, haciéndola responsable en la mente del ex soldado de la muerte de Gina. Desde ya que se agradece que en el relato se mantenga este cuestionamiento de fondo contra el poder económico e informático, el mismo de las citadas Upgrade y RoboCop y volcado a señalar que el titiritero maquiavélico suele ser el que se autodenomina “salvador”, sin embargo la película en sí jamás puede levantar cabeza ni escapar de la mediocridad del mainstream pochoclero de nuestros días.
En vez de apostar por secuencias de acción un poco más realistas y/ o cercanas a nuestra materialidad cotidiana, Bloodshot abusa del recurso digital en cada escena bombástica y para colmo la profusión de cámaras lentas -ardid aparentemente de cadencia retro- subraya la artificialidad símil videojuegos del asunto (para ser sinceros, existen videojuegos en el mercado actual que superan por mucho al apartado visual de la presente realización). No faltan el cliché del colega psicótico, Jimmy Dalton (Sam Heughan), hoy un militar que perdió sus dos piernas en combate, la presencia cómica de un genio de las computadoras que ayuda al héroe, Wilfred Wigans (Lamorne Morris), ni tampoco el ardid narrativo del secuaz del villano cambiando de bando porque de golpe le “creció” la conciencia, en esta oportunidad una KT que traiciona al personaje de Pearce. Muy lejos de las propuestas a las que trata de imitar y sin terminar de aprovechar los juegos de la memoria a lo Philip K. Dick y El Vengador del Futuro (Total Recall, 1990), el opus nos obliga a contentarnos con detalles placenteros minúsculos como el hecho de que el catalizador de los recuerdos del protagonista no es otro que Psycho Killer, la genial canción de 1977 de Talking Heads…