Comedia de situación incómoda
Mocasines blancos sobre fondo de peperina y sierra chica. Una pareja descalibrada, vestidos los dos para una historieta de lugares comunes sobre la celebración del mal gusto, de la viveza criolla y las aspiraciones de medio pelo. Boca de fresa arranca con la promesa de comedia costumbrista y por un rato pone en el centro a Oscar (Rodrigo de la Serna) una versión de Isidoro Cañones, que en este caso opera como productor de nuevos valores con aspiraciones al ranking del pop latino. Oscar y Natalia (Erica Rivas) se iban a ir a Miami con los ahorros de ella, con las ganas de ella y el inglés que ella está aprendiendo en clases particulares. Él tiene otros planes y la engatusa para que lo siga por un rato en la búsqueda de los derechos de autor del nuevo hit de la música sueca, Papá Mono, una canción que su tío Roberto (Carnaghi) produjo hace 20 años y que ahora acumula en Sadaic más que Lito Vitale.
En descapotable blanco como los mocasines se van los dos a un rincón de las sierras, cada uno en un viaje distinto, hasta que el desencuentro sea total. Entonces la película empieza a tratarse de ella, se convierte en un drama íntimo, abandona los primeros clichés y elige otros pocos, menos obvios, descubre matices y se deja llevar por la incomodidad que sembró al principio. Boca de fresa se trataba de todo lo que podía pasarles a dos desencantados cuando se topan con la punta de una maravilla. Allí pone el director a Juan Vattuone, cantor consagrado de tangos que debuta como actor en este filme y lo hace con su nombre de pila. Es el dueño de Papá Mono y del filón de oro que Oscar persigue.
Rivas y De la Serna se turnan en los dos tiempos de drama y comedia que maneja la película, un pulso incómodo que tropieza por momentos pero que en la segunda mitad de la trama conquista con buenas armas. La Mona canta para los títulos finales. Su canción le ha ganado a Papá Mono en los rankings que desvelan a Oscar. Pero esa es otra historia.