Como en Tiempos menos modernos, Simón Franco vuelve a transitar por su Patagonia y nuevamente por un ambiente conocido: el de los trabajadores del petróleo, los boca de pozo, tal como son llamados los encargados de hacer las perforaciones en los yacimientos y que en esa función pasan la mitad de su vida en la planta: quince días encerrados en el campo donde trabajan y otros quince de descanso, en sus casas, en Comodoro Rivadavia. Un régimen de trabajo que es al mismo tiempo un régimen de vida, y no precisamente de los más saludables, aunque tengan el beneficio de una remuneración considerablemente alta.
Es natural que Lucho, el protagonista casi excluyente de esta historia (un estimable trabajo de Pablo Cedrón), lleve una vida tan poco satisfactoria. Su singular rutina laboral se extiende a todas las circunstancias que lo rodean. Ningún dinero compensa la chatura de su vida ni puede liberarlo de un futuro al que se sabe condenado. Tampoco lo compensan los placeres que puede pagarse: ni el alcohol ni el juego, ni la compañía de una prostituta con la que a veces sueña alguna forma de amor, ni siquiera el consumo de cocaína que ha terminado llenándolo de deudas. Ni hablar de la deteriorada relación con su mujer, o con su hijito, o con una madre a la que ve pocas veces y escucha menos.
Son durísimos los períodos de trabajo -donde sólo se vincula, muy superficialmente, con un obrero chileno que sólo ha llegado al yacimiento atraído por el buen sueldo-, pero es difícil establecer si no son igualmente angustiantes las dos semanas de "descanso" en la ciudad.
El film empieza y termina en la planta petrolera con una serie de imágenes descriptivas que tienden a lo documental, aunque tal vez intentan transmitir alguna carga metafórica acerca del peso que agobia el sentimiento de Lucho y de su complejo estado psicológico. La segunda parte, ya en la ciudad, también procura ahondar en el drama interior, aunque no siempre lo consigue, un poco porque el guión se cierra demasiado sobre el parco personaje (la cámara lo sigue casi continuamente) y a él quizá le ha faltado mayor elaboración, acaso porque los personajes secundarios han tenido escaso desarrollo, con lo que el retrato se hace algo reiterativo.
A su favor, en cambio, debe anotarse el aporte de las locaciones reales. Sin duda, donde el film mejor acierta es en la pintura del ambiente. Haber desarrollado todo el rodaje en la Patagonia, tanto en la ciudad de Comodoro Rivadavia como en el campo, les da a las imágenes, con su soledad y su clima hostil, una verdad que se refleja en los personajes y que de otro modo habría sido difícil de alcanzar.