Ready, Freddie?
Desde el vamos cualquier cosa que pudiesen hacer los responsables máximos de la biopic sobre Freddie Mercury y Queen jamás llegaría ni a los talones del carisma y el talento del que fuera uno de los cantantes más gloriosos del rock internacional, y en cierta medida siempre se notó que está verdad de fondo marcó el atormentado desarrollo del proyecto a lo largo de los años con una catarata de callejones sin salida, diferencias creativas, peleas camufladas y problemas de diversa naturaleza, siendo dos de los principales el reemplazo de Sacha Baron Cohen por Rami Malek en el rol protagónico y el despido por parte del estudio del realizador original Bryan Singer por “comportamiento errático” y la posterior contratación de Dexter Fletcher para que finalice la película de una buena vez. Garantizado un soundtrack maravilloso y en verdad inigualable, lo mejor a lo que podría aspirar el opus es a recrear la génesis de la agrupación, los entretelones de su progreso y la gestación de canciones míticas en línea con -por ejemplo- lo hecho por el director Bill Pohlad en Love & Mercy (2014), aquella muy interesante aproximación a Brian Wilson y The Beach Boys.
La epopeya musical de turno, Bohemian Rhapsody (2018), supera con gracia y astucia esta imposibilidad de empardar los logros artísticos de los retratados mediante un trabajo mimético prodigioso que trae a colación la capacidad del séptimo arte de adaptarse a un sinfín de coyunturas debido a su maleabilidad al momento de agrupar múltiples disciplinas como -precisamente- la música y la puesta en escena visual. El período elegido es en esencia el fundamental ya que abarca desde la metamorfosis de Smile, banda primigenia con Brian May (Gwilym Lee) en guitarra y Roger Taylor (Ben Hardy) en batería, en Queen, a través del ingreso de John Deacon (Joseph Mazzello) en bajo y Mercury en voz, hasta la actuación de los señores en Live Aid el 13 de julio de 1985, evento tan poderoso como multitudinario que fue crucial para el grupo no sólo debido a que significó uno de los puntos más altos de la historia de los shows de rock sino también porque fue de hecho la movida fundamental para evitar la separación de la banda, amén de que justo en esa época Freddie se enteró de que se había contagiado de sida y comenzó los tratamientos paliativos.
Malek le copia con esmero, paciencia y dedicación todos los tics a Mercury y -gracias al infierno- hace playback durante las canciones, logrando un desempeño digno en un rol que equivale a tratar de reproducir un huracán en condiciones de invernadero. El guión de Anthony McCarten reproduce en parte la vieja fórmula de las biopics de rock centrada en la pareja femenina sufrida y el ejercito de mediocres y parásitos que entorpecen la carrera tratando de ganar favores para su comarca y explotar al artista hasta secarlo y/ o hacer leña del árbol caído, sin embargo la película cuenta con la inteligencia suficiente para entender que en el caso del cantante dicha premisa no calza del todo porque en sí Freddie fue una persona tímida, solitaria, taciturna y necesitada de amor como cualquier otro individuo, lo que lleva a que la fanfarria, el autobombo, las drogas, las fiestas y los amantes se reduzcan a compensaciones simbólicas y placebos en la vida cotidiana, ámbito que el originario de Zanzíbar -comprensiblemente- no disfrutaba tanto como el escenario y la misma creación artística porque su homosexualidad progresiva lo terminó aislando del resto de la banda.
Sin la familia que armaron May, Deacon y Taylor, Mercury mantuvo primero una relación romántica y luego una amistad con Mary Austin (Lucy Boynton), se dejó fagocitar por su manager/ amante Paul Prenter (Allen Leech) y finalmente encontró al compañero del tramo final de su vida en Jim Hutton (Aaron McCusker), la persona que realmente lo cuidó cuando la virulencia de la enfermedad resultó imparable. Gran parte de los hits dicen presente en una banda sonora que de antemano se sabía sería una de las mejores del rubro de las películas musicales de las últimas décadas y así pone de manifiesto una vez más la usina de temas memorables que fue el grupo durante sus años en actividad (mejor ni hablar de los diversos y tristes intentos de reemplazo de Freddie por parte de May y Taylor, con Deacon retirado de la escena desde hace mucho tiempo). El trabajo de Singer/ Fletcher es más que correcto y es de destacar las decisiones de respetar el orden cronológico de la aparición de las canciones/ álbumes y de reproducir íntegro el show de Live Aid y darle un montaje cinematográfico pomposo que se adapta perfecto a la idiosincrasia de Queen y la importancia de lo acaecido en el Estadio de Wembley, en Londres. Más allá de su impronta de “retrato oficial” y destinado a un público masivo que arranca en los adolescentes, el film ofrece un pantallazo sincero, respetuoso y sustentado en hechos verídicos alrededor del devenir de una agrupación y un vocalista cuyos aportes a la cultura popular global han sido inmensos, por ello mismo que una milésima parte de todo aquello se filtre hacia la biopic resultante -como en este caso- ya indica que la tarea fue exitosa y la misión está cumplida.