Este último jueves de febrero llega a las salas porteñas Border, una coproducción entre Suecia y Dinamarca dirigida por el joven director sueco de origen iraní Ali Abbasi, basada en la novela homónima de John Lindqvist, autor sueco de novelas de terror. La película viene precedida por los laureles de haberse alzado con el premio A Certain Regard en el Festival de Cannes de 2018, además de haber estado preseleccionada como candidata a Mejor Película Extranjera y haber sido nominada para Mejor Maquillaje en la edición 2019 de los Premios Oscar.
En su momento la película pasó por las salas argentinas como parte de la semana de Cannes (2018) y nuestro especialista en cine, Fabio Albornoz escribió una reseña con su ojo técnico para @ociopatas: https://ociopatas.com/2018/12/21/cine-border-de-ali-abassi-candidata-oscar-2019/.
Border nos va sumergiendo en una atmósfera extraña e inquietante en torno de Tina (sensacional creación de Eva Melander), cuyos días transcurren entre su trabajo en el control de aduanas en la frontera entre Suecia y Dinamarca, su casa en un rincón idílico y apartado del bosque, y las visitas al geriátrico a visitar a su anciano padre. Hasta acá es el devenir un tanto desganado de una vida bastante opaca y ordinaria, si no fuera porque Tina tiene ciertas cualidades, en particular su olfato, fuera de lo común, que la vuelven un ser muy singular. Un día esa rutina y su mundo familiar se ve alterada por la llegada de un extraño al que Tina percibe como un verdadero par que abrirá una puerta desconocida hacia el descubrimiento de su verdadera naturaleza.
El título, tanto de la novela como de la película, es una de las claves para el espectador. El relato de estas criaturas que parecen sacadas de un libro de Tolkien o que quizás pertenecen a otra especie, una suerte de eslabón perdido, se desarrolla en una frontera entre dos países pero el director también intenta explorar otras fronteras: entre lo humano y lo animal, entre lo femenino y lo masculino, entre lo civilizado y lo salvaje, entre lo primitivo y lo monstruoso. Esta metáfora postmoderna retoma el debate filosófico sobre la naturaleza del ser humano que en el siglo 18 planteara el Emilio de Rousseau o Sarmiento con su Facundo (en el siglo 19), y también podría tener lecturas relacionadas con los atroces experimentos humanos del nazismo y con la apropiación de niños.
Definir el género de esta película no es tarea fácil. Tal como lo expresa su director se podría comparar con una ópera de Wagner, donde la obra no se trata de una sola cosa sino de muchas y esa alquimia le suma una cuota de incertidumbre que resulta atrapante. En efecto, podríamos decir que es una especie de thriller psicológico que oscila entre un “cuento de hadas” nórdico y un relato de cine fantástico con incursiones en lo siniestro, lo que le da un tono que se podría comparar con las novelas de Samanta Schweblin.
Probablemente si tuviera que sintetizar la impresión que causa la película, una vez que decantan un poco todas las sensaciones que genera (desde la ternura al asco), me inclinaría por decir que es un filme “inquietante”, de esas historias sin lugar para la indiferencia que te va a dejar pensando y que te obliga a abrir el debate en la mesa de café a la salida del cine.