El nuevo film de Richard Linklater ha sido esperado con ansias por el público mundial. Cuando por primera vez escuché de este proyecto, sentí que estaba siguiendo los pasos de Truffaut en esta empresa de filmar el crecimiento real de un actor, para poder pensar en “una continuidad verdadera” (apostando a la lógica de la situación y los personajes) y no apelando a un montaje invisible que sólo hace más esquematizado y pide a un espectador mucho más pasivo. Pero esta película es más que un simple panfleto de la Nouvelle Vague y sus formas: tiene la capacidad de ser un retrato por el paso de la adolescencia de Mason, de sobrevivir a la separación de sus padres, al desarraigo, y poder encontrarse sobre sus dos piernas. Es un film que de a poco se transforma en el testimonio de la búsqueda de sí mismo.
Con una fotografía memorable, Boyhood, nos lleva desde el corazón de una familia con una madre que ya no se resigna a sí misma en pos de sus hijos, buscando realizarse profesionalmente y personalmente mientras acompaña al crecimiento de los niños. Frente a estos chicos se presentan diversas situaciones que van desde sus amigos del barrio, a intentar reencontrarse con el padre, las discusiones de sus progenitores, querer o no querer a la pareja de turno que ellos llevan a casa como retratos de diferentes etapas que forman diferentes secuencias (siempre enfocadas en el crecimiento de él).
Mientras las situaciones se van dando y nuestros actores crecen (menos Ethan Hawke que en un momento parece más joven que su supuesto hijo), el juicio de valor uno se lo guarda en el bolsillo porque es un voyeur de la vida de otro y como tal conoce sus dramas y sus debilidades.
Con el uso de planos largos para no cortar el ambiente y con los extensos diálogos con preguntas sobre el curso de la vida y las reflexiones de los personajes tan típicos de este director, Linklater entrega la que es, para mí, la mejor pieza que ha entregado. Con un planteo de una etapa que suele ser tormentosa para todos porque uno nunca sabe dónde está parado pero lo resuelve de una manera magistral, involucrando a cada ser en su butaca y sin dejar a nadie indiferente. Es un film que amás o que odiás pero hasta cuando todo te resulta demasiado, tirás a amarlo porque la música es maravillosa y la fotografía es impresionante y los actores (sobre todo Arquette y Hawke) la defienden con uñas y dientes.
Es muy sencillo conectar con las situaciones de la infancia, de la picardía del lazo entre hermanos, de las ganas de volver a empezar, del “padre responsable versus el padre querible”, del primer amor, de la primera decepción, de encontrar la vocación. Ahí donde muchos intentaron concentrar la esencia de la vida en un film, él logró conectarnos con una etapa errante y conflictiva, pero que nos define como seres humanos.
Muy tierna y conmovedora. Imperdible.