Mercenarios del honor
Explicitemos una de las grandes verdades de la historia de la televisión estadounidense: Brigada A (The A-Team) fue la serie más violenta, sexista, enajenada y endiabladamente entretenida de los años ’80, lo que es mucho decir si recordamos los productos que circulaban por aquella década. La tira era tan estructurada, adictiva y poco verosímil que donde sea que se emitía de inmediato acaparaba la atención de los espectadores masculinos y las críticas de las pobres mujeres, quienes atacaban al show enarbolando esos mismos estereotipos pero al revés (por supuesto que en este último bando incluimos a los intelectualoides más patéticos de la prensa). Tanta testosterona y demencia entregaba la propuesta que uno no podía más que maravillarse ante la “justicia” de estos mercenarios.
Luego de varias idas y vueltas, hoy por fin llega la adaptación cinematográfica nada más ni nada menos que bajo el control de Joe Carnahan, quien aunque continúa lejos del nivel de Narc: calles peligrosas (Narc, 2002) sabe dejar en el pasado aquel desatino intitulado La última carta (Smokin'' Aces, 2006). Si consideramos que la creación de Stephen J. Cannell y Frank Lupo se mantuvo en el aire a lo largo de cinco temporadas y 97 episodios, trasmitidos por primera vez entre 1983 y 1987, no hace falta agregar demasiado en lo respecta al desarrollo de personajes: George Peppard interpretando a “Hannibal” Smith, Mr. T como el tremendo B.A. Baracus, Dwight Schultz componiendo a Murdock y Dirk Benedict como Face cimentaron figuras que se convirtieron en íconos de la cultura popular.
Precisamente debido a que gran parte del ADN contemporáneo ya estaba inscripto en aquella producción de la NBC, el Hollywood de nuestros días no tropieza con mayores obstáculos en pos de reformular las aventuras de este comando de veteranos de Irak (ayer del conflicto de Vietnam) que son encarcelados “por un crimen que no cometieron”. Al escapar del presidio se ven obligados a romper unas cuantas cabezas en el arduo derrotero para limpiar su nombre: aquí el realizador evita sucumbir a la moda de las “precuelas” y decide narrar el primer encuentro de los muchachotes durante la escena inicial de créditos, a posteriori entramos en el trajín que todos conocemos. El guión se pasea por la acción más estrambótica, el humor irónico, la abundancia de bellezas y ese viejo encanto caricaturesco.
Quizás al combo se la va un poco la mano en el terreno de los CGI, los cuales son tan desquiciados e irregulares como las secuencias a las que dan sentido y auténtica motivación: en especial se destacan la que transcurre en el puerto y la del tanque, un fastuoso monumento a la desproporción norteamericana. En este caso la dinámica entre los protagonistas está bastante bien lograda: Liam Neeson se lleva las palmas como el Coronel y Bradley Cooper avanza detrás poniéndole el cuerpo a Peck; Quinton “Rampage” Jackson y Sharlto Copley hacen lo propio con Baracus y Murdock respectivamente. Más allá de que nunca estarán a la altura del elenco original, los señores construyen caracterizaciones adecuadas según las circunstancias y así consiguen transmitir un cierto “espíritu de grupo”.
Sin lugar a dudas caerán algunas lágrimas cuando vuelva a verse la clásica camioneta GMC negra y a escucharse la inolvidable cortina musical de Mike Post y Pete Carpenter, dos de las marcas registradas de la serie que regresan a pura nostalgia (sumemos también los simpáticos cameos de Schultz y Benedict, Mr. T no quiso participar). La película sorprende colocando a la simple codicia como el motor principal del relato, factor siempre a tener en cuenta cuando se desea eludir al “terrorismo”. Con las intervenciones de Patrick Wilson, Brian Bloom y la muy hermosa Jessica Biel, nuevamente las muertes son mínimas y el honor se nos presenta como un código de lealtad individual encauzada hacia el altruismo desinteresado: la irremediable violencia masculina viene acompañada de un buen corazón.