Backstage En Isla Verde, un pueblo ubicado en la provincia de Córdoba, se realiza todos los años un festival de instrumentos (corno, trompeta, trombón, tuba y eufonio), música de cámara y ensamble cuya finalidad es la capacitación de alumnos de distintos puntos del país y de Latinoamérica a través de clases impartidas por solistas internacionalmente reconocidos. Adriana Yurcovich (una de las codirectoras de El ambulante, 2009) retrata esa experiencia única por sus características desde el detrás de escena del evento. Del 3 al 9 de febrero de 2013 se realizó en Isla Verde una edición más de este festival atípico, que reúne a las más destacadas personalidades de la música con innatos desconocidos. Pero el festival, tiene otras particularidades que lo hacen más interesante y es lo que hace a su organización y logística. Más de 140 personas, provenientes de diferentes lugares de Argentina y el mundo, llegarán a participar del evento y son hospedadas en diferentes casas de familias sin importar si es la máxima estrella de la trompeta o un alumno más. Todos son tratados por igual y, durante los días que dura el evento, tomarán clases y realizaran demostraciones en vivo para los habitantes del lugar como para quienes se acercan como simple espectadores a presenciar el show. Como si se tratara de un backstage, Yurcovich va armando un relato sobre la preparación del evento, las complicaciones, el arribo de los participantes, las clases y el show final. Lo hace de manera clásica y de modo observacional, no hay entrevistas ni material de archivo, solo se atina a filmar lo que pasa durante esos días en Isla Verde y a partir de esa experiencia construir un relato cinematográfico con lo que ahí sucede. En Bronces en Isla Verde (2014) uno no se va a encontrar con mucho más que una historia de luchadores anónimos que, pese a la convocatoria de personalidades de la música y las características del evento, es poco difundida. Desde lo cinematográfico es un relato clásico, en donde la autora decidió no asumir ningún tipo de riesgos en la construcción formal ni estética. Pese a eso es más que recomendable.
Dignos ejemplos de la buena cosecha de documentales Tres muestras del buen momento que está pasando el cine documental argentino. El mejor, "Bronces en Isla Verde", de Adriana Yurcovich, amplio y delicioso registro de un excelente festival internacional de instrumentos de bronce en un lugar perdido de la Pampa Gringa. Los propios habitantes hacen un encuentro anual (en febrero fue el IX) de artistas argentinos y extranjeros venidos de Europa y EE.UU., que se amoldan a las comodidades ofrecidas y brindan con todo gusto recitales y clases maestras. El ambiente es muy grato. Y es probable, y más que probable, que aquella "Marcha triunfal" que se escuchó en el estreno mundial de "Aída" junto a las pirámides de Egipto, en una puesta que incluía elefantes y camellos, no haya sido tan linda como la que ofrecen los miembros del Ensamble de Isla Verde en el Club Sportivo, donde los perros se sientan a escuchar junto al público sin ningún problema. Una delicia. Por su parte "Soy Ringo", de José Luis Nacci, evoca la trayectoria del querido Oscar Bonavena con una excelente recopilación de material de archivo, que incluye célebres peleas, momentos graciosos, en los que era especialista, evocaciones familiares, semblanzas periodísticas, y una detenida investigación sobre sus últimos días y su asesinato. Quizás el documental dedique demasiado espacio a este triste episodio policial, aunque se supone que es algo de interés público. Unico detalle: falta el "Pio Pio Pa" (lo que tal vez sea un punto a favor). Más exigido, "Viaje al centro de la producción", de Damián Finvarb y Ariel Borenstein, ofrece un panorama crítico de la industria automotriz argentina. Lo hace con distintos métodos: el registro sin comentarios de reuniones empresariales, salones de exposición, material de noticieros, etc., explicaciones a cargo de economistas y obreros (hoy la cadena de producción va más rápido que la de "Tiempos modernos"), y, por último, el seguimiento de la lucha por la reincorporación de varios trabajadores de una empresa. Tanta información puede marear un poco, pero hay joyitas: un ejecutivo internacional dormido en medio de los discursos, un institucional de Bob Dylan a favor del auto norteamericano, un gremialista gordo acostado sobre el micrófono, una nena con sus muñecas mientras la mamá reparte volantes, una alta figura pública explicando innecesariamente qué es una autoparte al propio personal de la empresa que la fabrica.
Metales preciosos Todos los años desde el 2007 se realiza en la localidad de Isla Verde, ubicada al sudeste de la provincia de Córdoba, un hermoso festival de música que transciende el evento artístico provincial para convertirse en un hecho social internacional. Músicos de toda América y Europa se congregan en el Festival Internacional de Bronces de Isla Verde para enseñar, interpretar su repertorio y vivir una experiencia única.
Isla musical El título Bronces en Isla Verde puede ser a primera vista desconcertante o extraño, en particular para un documental, por esa razón es refrescante ver un trabajo descriptivo tan efectivo como el de la directora Adriana Yurcovich. Vamos a esclarecer el nombre, en particular para quienes no saben del tema como, por ejemplo, quien escribe esta crítica y se desasnó completamente al ver el film. La referencia de bronces hace alusión a un festival de bronces, es decir, de los múltiples instrumentos que se realizan con este elemento. Por otro lado, Isla Verde es una pequeña localidad cordobesa situada en el departamento de Marcos Juárez. Es decir, el documental nos cuenta sobre este festival que moviliza a todo un pueblo, convirtiéndose en un evento social que modifica la vida de la comunidad que vive allí. Si bien su extensión puede en algún momento agotar la idea del relato, lo cierto es que se trata de un trabajo prolijo, emocional y con muy buena vibra. Decirlo así parece vacío, pero en verdad la calidez que transmite el documento de Yurcovich y el afecto que tiene por el evento a través de las figuras que pueblan la pantalla, hacen que tras los desoladores planos finales busquemos la forma de presenciar este festival alguna vez en nuestra vida. La estructura del relato es simple: durante la introducción tendremos los preparativos y la expectativa del pueblo a la hora de recibir a los invitados, además de los detalles y el nerviosismo en la organización; durante el desarrollo veremos cómo toma forma el evento en Isla Verde, su impacto y sus múltiples actividades y escuelas; y, finalmente, el cierre muestra el impacto emocional de las despedidas, dejando en un contundente epílogo las imágenes de por qué el festival significa tanto para el pueblo. Esta estructurada sencillez tiene en el desarrollo sus momentos de mayor lucidez narrativa: son particularmente notables los montajes paralelos en el desarrollo, cuando se muestra en primera instancia el ensayo y luego vemos la actividad siendo interpretada sobre un escenario con el auditorio lleno. La astucia narrativa está en dejar entrever el nerviosismo y la energía del ensayo con la calidez de la recepción. Por otro lado, el film no tiene búsquedas visuales que nos permitan tener encuadres memorables, pero la capacidad descriptiva de los planos para definir la idea merecen especial atención: el auditorio en la calle con una mujer anciana acercándose con gran esfuerzo para ver una función callejera desde un encuadre fijo, un músico extranjero tocando enérgicamente y con curiosidad una campana escolar o el travelling que sigue a Lucía Zicos cuando quiere corregir a uno de sus alumnos. Por otro lado, la música, que va del jazz al clásico y el blues tiene algunas interpretaciones memorables por parte de instituciones en la materia como Jon Sass, Chris Dickey o John Manning. No tan interesante es quizá el rescate de testimonios en charlas que en lugar de ilustrar el color local sólo consiguen extenderse en diálogos que no suman de ninguna forma al relato (y aquí pienso en el que gira en torno a los tatuajes, que sólo muestra los prejuicios de una gran porción de la sociedad argentina, pero que no tiene ningún justificativo en extenderse y ser reincidente en distintos momentos del film). Sin embargo, se trata de un documental que contagia su ánimo e invita a presenciar el festival y cómo se da ese intercambio cultural tan amplio en una pequeña comunidad, además de ofrecer una excelente selección musical.
n Isla Verde, a small town in the province of Córdoba, a group of volunteers organizes the Isla Verde International Brass Festival, which gathers worldwide renowned musicians as well as students from Latin America. Its 7th edition features a good number of concerts by trumpet players Ronald Romm, from the US, and Thierry Caens, from France. Other celebrated figures include French cornetist André Cazalet, US tubist Jon Sass, and British trombonist Brett Baker (among others). Both professional musicians and students are hosted at the townspeople’s homes, and so a rich cultural exchange experience shapes up. Among the volunteers, there’s hairstylist Juan, his son Luis — a trumpet player — musicians Lucía and Ximena, a couple of chefs, relatives, and friends and neighbours. This way, locals and visitors get to share a week filled with rehearsals, music lessons, and concerts. It is during this week in February when the town of Isla Verde becomes an unparalleled musical melting pot. Adriana Yurkovich’s documentary Bronces in Isla Verde provides a fair account of this phenomenon by resorting to a keen camera that captures different moments mostly throughout different stages of the preparations for the festival. Rehearsals are particularly appealing because you get to see some very informal aspects of the affair, just like the friendly conversations visitors have with locals upon arrival. In this regard, Bronces in Isla Verde is ably informative while it also candidly conveys the spirit of the event. But as regards the musicians themselves, the film doesn’t explore their personalities at all. Neither does it examine what lies beneath the surface. Which is a shame, considering the richness of the material. On the other hand, the dynamics of a small town hosting such a unique event are also exposed in a convincing and laid back manner, which together with the outgoingness of these many different folks, makes up for the best part of Yurkovich’s feature. Production notes Bronces en Isla Verde (Argentina, 2014). Written, directed and produced by Adriana Yurkovich. Cinematography by Ati Mohadeb, Lucas Marcheggiano. Editing by Mariano Juarez. Running time: 88 minutes. When and where
Otra que “Tocando el viento” El film de Yurkovich documenta con sensibilidad y precisión la séptima edición del Festival Internacional de Bronces de Isla Verde, celebrada un par de años atrás, con participación de un centenar y medio de músicos de todo el mundo. Al pie del escenario, algunos, al fondo del salón otros, los cien integrantes del Ensamble de Bronces de Isla Verde soplan y soplan en la noche de cierre. Un bóxer, venido seguramente de la calle, avanza lo más pancho hasta llegar casi hasta donde están los músicos, sin que a nadie le moleste. Si hubiera que elegir una imagen emblemática de Bronces en Isla Verde seguramente sería ésa. O la del concierto de cornos en la vereda. O los ensayos en la calle, la plaza del pueblo y hasta la canchita de fútbol. O la sorpresa de un extranjero ante un sifón. El film de Adriana Yurkovich documenta la realización de la séptima edición del Festival Internacional de Bronces de Isla Verde, celebrada un par de años atrás, con participación de un centenar y medio de músicos de todo el mundo. Incluidos algunos muy “capos”. ¿Dónde queda Isla Verde? ¿El algún país europeo, en Estados Unidos? No, queda en pleno interior de Córdoba, a unos kilómetros de Río Cuarto. El festival se hace a puro pulmón, alojando a los invitados en casas de familia (casi no hay hoteles en Isla Verde) y celebrando sus galas, a falta de un teatro o sala de conciertos, en el Club Sportivo y la escuela parroquial del pueblo. Aun con esa precariedad y gracias a una mezcla de talento y voluntarismo bien argentinos, el festival, que incluye clínicas de formación de músicos locales, tiene un nivel excelente. Lo mismo puede decirse del documental de Yurkovich, que se hace uno con su material. “En Córdoba te tomás el ómnibus a Río Cuarto, de ahí vas hasta Chazón y de Chazón a Isla Verde”, indica alguien por celular. Todos llegan puntualmente, empezando por el trompetista estadounidense Ronald Romm, el tubista del mismo origen Jon Sass, el trombonista inglés Brett Baker y el cornista francés André Cazalet, que además de presentarse vienen a dictar masterclasses. “No lo pude alojar al negro porque no conseguí un colchón de 2 metros 10”, le chusmea una señora a sus vecinas, en referencia a Sass. “Además, una mujer sola conviviendo una semana con un negro, imaginate...” “Un sueño”, remata otra. Correalizadora de El ambulante (aquélla sobre ese personaje que proyecta cine por los pueblos), Yurkovich tiene oído para los diálogos y ojo para el detalle. El detalle de color, como los mencionados (o el cartelito de “No se fía más”, colgado de la pared de un boliche donde se juega a las cartas mientras dos muchachos tocan una versión broncínea de “Brazil”) o el detalle específico, como el ejecutante que lleva el ritmo con los dedos mientras lee una partitura. O el afinador que transpira mientras trabaja con el piano, en pleno febrero serrano y a la hora de la siesta. El detalle de contexto: Yurkovich documenta no sólo la vida del pueblito (los carros tirados por caballos, la peluquería del papá del director del festival, los parroquianos en el bar) sino sus alrededores. Allí, en los alrededores, se asienta la actividad económica (pasturas, corrales, animales) y se asienta también la mirada, con planos contemplativos (pueblerinos) sobre la laguna, los juncos, una bandada de aves que atraviesa el cielo. De hecho, si hubiera que encontrarle un tema al documental de Yurkovich, ese tema sería la relación entre el pequeño pueblito y el gran festival. Contemplación y sentido: Bronces en Isla Verde no es de esos documentales que se conforman con filmar lo que pasa por delante de cámara, aunque no pase nada. No hay un solo plano que no muestre algo, sea central o tangencial. La clase magistral de quien, al enseñar una canción tradicional armenia, observa que en la zona se acentúa el comienzo de las palabras, y lo mismo sucede con los acordes. O las conversaciones telefónicas de Don Isaía, manager general del evento, en busca de chanchitos y corderos para atender a unos doscientos comensales. O el músico francés Thierry Caëns, tirando tremendos pelotazos sobre un voluntario en el patio del colegio y dando un campanazo (literal) de un zurdazo. O la extraordinaria soprano argentina, capaz de no desafinar mientras se arroja sobre el regazo del tenor. Que a su vez canta a voz en cuello y con afinación perfecta, sin sacarse jamás la mano de la barbilla. Yurkovich tiene oído, tiene ojo, tiene sentido del encuadre y tiene ritmo. No porque se ponga a castañetear los dedos detrás de escena, sino porque sabe cuánto tiene que durar cada plano, qué clase de corte y secuenciación conviene más, si sirve para algo montar en paralelo el ensayo y el concierto, como hace en un par de ocasiones. Por lo que puede verse, el Festival Internacional de Bronces de Isla Verde no sólo es loable sino –más importante, tratándose de un evento artístico– disfrutable. Bronces de Isla Verde es loable en su condición de film da sola, completamente disfrutable gracias a su sentido cinematográfico y modélico, en tanto enseña, como las masterclasses de los músicos que lo protagonizan, cómo filmar, con pocos medios, un documental bueno, bello y justo.
Segundo trabajo documental de Adriana Yurcovich, luego de "El ambulante"(junto a Eduardo de la Serna y Lucas Marcheggiano) que se estrena en el Gaumont, luego de su pasaje por el Centro Cultural de la Cooperación durante 2015. Un obra de registro particular, de un lugar y un evento, del que seguro, no han oído demasiado (como yo, antes del visionado del film), y que probablemente los atraiga, por la naturaleza de sus características. Estamos en Córdoba, en un pueblito del noroeste que según el INDEC, en 2001 tenía sólo 4245 habitantes. Allí, un grupo de personas lleva adelante ya la séptima entrega de un festival bastante particular. ¿Quién podría imaginarse que en ese lugar, músicos de todas partes del mundo, vinieran a traer su arte? Esa magia, es la que llevó a Yurcovich a proponerse desentrañar los secretos detrás del evento que año a año lleva a convertir a un alejado paraje rural, en un lugar donde los bronces se juntan con entusiasmo, para celebrar un ritual único. Y decimos que es singular, porque Isla Verde no posee estructura hotelera ni estadios importantes que facilitaran el hospedaje y el desarrollo de este encuentro. Se resuelve, con buena voluntad, logística y amor por la música, sin dudas. El documental sigue la vida del poblado y logra captar discusiones domésticas, charlas informales y curiosas sobre la organización del festival. Todo, en un marco de observación curioso y amable. Con sólo dos sedes para que las clínicas y recitales (el Club Sportivo y la escuela del barrio), digamos que sorprende el nivel de los invitados. Ronald Romm, Jon Sass, Brett Baker y André Cazalet, fueron de la partida en aquella oportunidad (la que corresponde al registro). Nombres que vinieron felices a compartir su talento con los locales, sin que nada más importe que el hecho de disfrutar de un intercambio fuera de lo común. Yurcovich no se deja llevar sólo por el registro medular de su búsqueda, sino que abre su lente para todo lo que le parece interesante. Y ahí está también la mirada hacia lo rural, que enmarca el relato y aporta muchos elementos para entender el contexto en que se da el festival de bronces. Una curiosidad que ningún melómano debería dejar pasar. Y anoten que me dieron muchas ganas de participar de la próxima edición (como público, claro).