La última de las películas nominadas a la categoría principal de los próximos Oscars, a realizarse este domingo, es Brooklyn, una de las que tuvo un paso discreto por la temporada de premios, pero sin duda dijo presente. En su casa, los BAFTA, obtuvo el premio a Mejor película británica y Saoirse Ronan acumula nominaciones como actriz.
Dirigida por John Crowley y escrita por Nick Hornby (últimamente dedicado a adaptar novelas de otras personas como en “An education” o “Wild”) en base a la novela de Colm Tóibín, Brooklyn cuenta la historia de una joven, Eilis, que decide ir a Norteamérica, tierra de oportunidades, porque en Irlanda no parece esperarla un futuro muy brillante, mucho menos como empleada de la insoportable señora Brady. Mudarse allí, cruzar el océano, es dejar atrás lo que hasta el momento era su hogar, a su madre, a su hermana, y claro, a una parte de sí.
Brooklyn es un melodrama clásico, que sigue a su protagonista en esta época de cambios, es ante todo una coming of age. Saoirse se entrega de manera tan apasionada como sutil a su personaje, que se carga toda la película. Vemos todo a través de sus ojos impresionantemente azules.
Así, Brooklyn es una película simple a primera vista, pero que indaga ante todo en el proceso de la búsqueda y construcción de un hogar propio, entendiendo por hogar un lugar no sólo físico. Porque Eilis, que llega sola y un poco perdida, se encuentra luego con que se hace amigas, tiene un buen trabajo, su estilo personal mejora y se enamora de un italiano. El problema es que cuando todo comienza a verse bien y en su lugar, recibe la inesperada llamada de su madre y debe regresar a su país natal, el cual lo encuentra muy distinto porque en realidad es ella la que cambió.
Y Eilis se ve dividida entre dos lugares, dos hogares, dos trabajos, dos hombres.
Brooklyn es una película chiquita, menos ambiciosa de lo que uno podría suponer, de decisiones cinematográficas simplistas, con un uso subrayado de la iluminación y algunos travellings, y una banda sonora un poco empalagosa. A la larga, a música de Michael Brook y la fotografía de Yves Bélanger cumplen con su cometido, pero no sobresalen.
Uno de los puntos más interesante del film quizás radique en la actuación de Emory Cohen, el pretendiente italiano que logrará enamorar a su protagonista, logrando opacar incluso a Domhall Gleeson (que como dato no menor, aparece en cuatro películas con nominaciones a los próximos Oscars). Es Emory quien logra impregnar a su personaje de mucha ternura. Las escenas que ambos protagonizan son de las más honestas que se perciben.
A grandes rasgos, Brooklyn es una película que cumple, aunque se percibe menor en comparación a otras nominadas. Se queda un poco a medio camino además en el tono elegido, es un melodrama muy suave, con algunas escenas más dramáticas que a la larga se sienten algo forzadas. De desarrollo más bien lento, Brooklyn se preocupa más en resaltar el cambio emocional, paulatino, que va sufriendo su protagonista, el problema es que las dos horas de duración se hacen notar.