El documental sobre Miguel Abuelo lo pone definitivamente en el centro del Parnaso del Rock ARgentino. Y lo hace bien. Vaya a verlo
Dicen por ahí que para no ser un recuerdo (ni un olvido) hay que ser un reloco y Miguel Ángel Peralta, más conocido como Miguel Abuelo, tenía la hermosa locura que da la extrema lucidez, la extrema espiritualidad, la extrema poesía, esa que se hace con la sangre, con el cuerpo. Palabras como flechas.
Buen día, día, el documental de Cucho Costantino y Eduardo Pinto que se estrenó anoche en el MALBA y se podrá ver todos los viernes y sábados de enero a las 22 horas, deja claro que Miguel Abuelo no es recuerdo ni olvido en el rock nacional sino marca indeleble, designio y antecedente innegable de generaciones y generaciones de artistas. Nacido de la admiración, de la constancia de trabajo y del profundo deseo, esta película indaga sobre el lado menos conocido y más profundo de la vida del líder de Los Abuelos de la Nada: su poesía, esa que sostuvo con el cuerpo y las acciones. Durante muchos años la voz de este poeta maldito estuvo agazapada por el histrionismo, la psicodelia y esa gran presencia escénica que solía demostrar Miguel, sobre todo en la segunda etapa de Los abuelos que tuvo lugar en la década del 80. Pero basta con escuchar un poco, aguzar el oído y el corazón para entender que Miguel Abuelo fue mucho más que un showman, era un verdadero artista, un filósofo de barrio, un poeta de ciudad, un adelantado.
Buen día, día, entonces, hace justicia con el lugar que se le ha dado a este artista en el parnaso del rock nacional y le otorga una merecida centralidad. En este sentido, resulta fundamental la declaración que hace Luis Alberto Spinetta en el documental donde confiesa que su poesía no fue la misma después de la mirada y las correcciones de Miguel. Es difícil también pensar en el Calamaro de los 90 y del 2000 sin esa santa influencia que posibilitó quizá tamaña libertad creativa (Lo tendrías que ver ahora, Miguel, tan chato y comercial). Y para muestra basta un botón pero podríamos pasarnos el día, día mencionando nombres de hombres acariciados por su mística.
El documental de Costantino y Pinto es un gran cúmulo de virtudes y de contados (pocos) desaciertos. Estos últimos los dejamos para los especialistas y nos centramos en dos aspectos (sería imposible registrar todo lo que hace vibrar) de aquello que nos hizo disfrutar durante 94 minutos:
Buen día, día es un relato profundamente emotivo; emociona desde la inclusión de Gato azul que va por la ciudad (Palermo y algunos aledaños) buscando propia identidad en el legado de su padre, desde los testimonios de familiares, amigos, músicos y periodistas y desde el hallazgo de fotos, poemas y canciones que dan cuenta de la grandeza artística de Miguel Abuelo.
Vemos otra virtud en la ya mencionada reivindicación del artista como poeta: los poemas y las canciones marcan el ritmo del relato. Es interesante además la anécdota que marca el nacimiento de la banda porque se construye una filiación con la cultura argentina: En un encuentro con un productor, Miguel Abuelo finge tener una banda y sondea en su mente en busca de un nombre hasta dar con la frase de Marechal “hijos de los piojos y abuelos de la nada”. Así nacía la banda que haría historia en la escena nacional, una mentira dio lugar a una eterna verdad. De Marechal, a Miguel Abuelo, de ahí a Spinetta, a Pappo, a Calamaro y a las nuevas generaciones que siguen reivindicando la buena poesía en el rock.
Terminamos la nota con la ferviente recomendación del documental. Vayan a verlo, se merece el auditorio lleno (cosa que ayer no pasó, ni se aproximó siquiera) porque sus directores han hecho un gran trabajo, nos han acercado a un Miguel un tanto desconocido, ese paladín de la libertad que provoca admiración, respeto y que le ha contagiado a muchos el deseo irrefrenable de vivir en contra de la corriente.
“Quede este momento como constancia/ de que por vos estuve buscando”, buscándome.