Buenas costumbres británicas
El nuevo film de Elliot cuenta con un ingenioso guión y un suntuoso vestuario.
Estrenada por Noël Coward en 1925, el mismo año de Fiebre de heno , Easy Virtue nunca alcanzó similar fama ni perduró en los repertorios como otras piezas suyas ( Espíritu travieso , Vidas privadas ), a pesar de que Hitchcock dirigió en 1928 una versión cinematográfica bastante libre. También Stephan Elliot se ha tomado sus licencias para imponer algún toque contemporáneo a la maliciosa pintura de la decadente alta sociedad que proponía el dramaturgo.
El film convence más con las palabras (gracias a los ingeniosos diálogos de Coward) y con la suntuosidad decorativa de las imágenes (ambientación y vestuario hacen un aporte fundamental) que con su ritmo narrativo. Elliot no es precisamente Lubitsch y titubea bastante entre la comedia satírica, la farsa cómica y la pintura de época. Quizá con la intención de subrayar la intención crítica toma abierto partido por la protagonista, una despampanante rubia norteamericana de los años veinte, campeona de automovilismo y tan moderna como el jazz, en la solapada guerra que se desencadena desde que aterriza como un ser de otro planeta en la muy victoriana familia de su flamante marido.
Allí, en la señorial mansión de la campiña inglesa todas las reglas han de cumplirse según lo dispone la dueña de casa, dama aristocrática y paradigma de la hipocresía reinante en una sociedad sólo atenta a las formas. La distinguida señora empalidece cuando se entera de que su hijo se ha casado en Francia (a pesar de que ella ya le había asignado candidata), se alarma cuando ve llegar a su inesperada nuera con ese aire desenvuelto tan alejado de la compostura británica y casi se desmaya cuando la oye hablar con acento norteamericano.
La contienda que se libra de a poco entre las dos -dardos envenenados en lugar de balas y mucha lengua filosa- ocupa el espacio central. Es el costado más o menos divertido del film, sostenido por un elenco sólido en el que sobresalen Kristin Scott Thomas y Kris Marshall (el mayordomo).
Las canciones de Coward o de Cole Porter son bellas, pero irrumpen forzadamente en la acción, lo mismo que algún gag postizo. También se desatiende a varios personajes secundarios y hay subtramas que apenas reaparecen cuando lo exige la continuidad argumental. Son altibajos que sabrán perdonar los fans de Jessica Biel y quienes sólo busquen entretenimiento liviano y estampas elegantes.