Sobre la castración.
La comedia como género durante las últimas décadas ha sido protagonista de una espiral descendente en lo que respecta a la riqueza discursiva de antaño, su alcance contracultural y la inteligencia de sus observaciones en distintos ámbitos (tanto si consideramos los dardos a nivel del todo social como a escala más reducida, en especial en lo que atañe a los mecanismos narrativos/ cómicos más utilizados). La vertiente contemporánea no sólo no critica absolutamente nada ni nos ayuda a repensar las herramientas retóricas de las que disponemos, sino que además parece convalidar los aspectos más pueriles de la serie de lugares comunes de cada uno de sus subgéneros, circunstancia que por cierto nos entrega una imagen empobrecida de lo que el mainstream -y el indie más lelo- tienen para ofrecer en la materia. Lejos de su esencia revulsiva, hoy la comedia es un eco inofensivo del ayer.
En este punto conviene llamar a las cosas por su nombre y aclarar desde el vamos que opus como Colegio de Animales (Animal House, 1978) y Porky’s (1981) no eran precisamente joyas del séptimo arte ni mucho menos, pero por lo menos en medio de esa suerte de celebración de la idiotez adolescente anidaba la intención de una rebelión non stop contra cualquier representante institucional que se vanagloriase de su autoridad y/ o coartase el delirio de base, esa anarquía que resultaba -a fin de cuentas- vitalizante en su desfachatez e incorrección política (todos caían en la volteada, no había grupo que estuviese indemne de los ataques). La mediocridad de propuestas como Buenos Vecinos (Neighbors, 2014) y su secuela, las cuales buscan retomar el humor crudo de aquellas gestas estudiantiles, apenas si sirve para colocar en primer plano la castración ideológica y actitudinal de nuestros días.
Quizás el problema más apremiante de este tipo de productos -pensados sobre todo para el mercado estadounidense- es que ya ni siquiera cumplen en el sustrato más llano posible, léase la estructura del relato, hoy por hoy un magma que se va solidificando en la banalidad y el hastío: dos detalles interesantes pasan por la ausencia de los otrora infaltables desnudos de señoritas (a puro absurdo, la MPAA se escandaliza con la carne femenina pero no con la masculina, certificaciones NC-17 y R respectivamente) y por el hecho de que a los grandes estudios se les dificulta estrenar films de esta índole en muchos países por el rechazo comercial del público (lo que nos genera algo de esperanza a futuro…). En Buenos Vecinos 2 (Neighbors 2: Sorority Rising, 2016) el director Nicholas Stoller levanta un poco el nivel en relación a la entrada anterior gracias a la presencia de la prodigiosa Chloë Grace Moretz.
La historia es totalmente irrelevante y basta con decir que involucra otro conflicto entre el matrimonio de descerebrados, compuesto por Mac (Seth Rogen) y Kelly Radner (Rose Byrne), y una nueva hermandad de estudiantes, ahora comandadas por el personaje de Moretz (aquel Teddy de Zac Efron regresa como un agente que se pasa de un bando a otro sin mayor justificación que una venganza difusa). No hay que irse demasiado atrás en el tiempo para establecer las comparaciones de turno: casi cualquier capítulo del Jackass de Spike Jonze, Johnny Knoxville y Jeff Tremaine tiene más valor que toda “la nueva de la nueva de la nueva comedia americana”, esa de la década pasada, la misma que está en sus últimas bocanadas de aire. Con chistes predecibles que se alargan más de lo debido y cero desarrollo narrativo, la película ni siquiera funciona como una slapstick de segunda mano…