Víctima y victimario
Simple y efectiva, así es “Bus 657”. Con buen pulso para un filme de acción, el director Scott Mann compuso un relato ágil que, sin ser novedoso (es otra película de toma de rehenes, y van...), tiene lo suficiente como para que los amantes del género se peguen a la pantalla y salgan de la sala satisfechos. Robert de Niro, con los tics de siempre aunque rendidor, compone a Pope, el dueño de un casino en donde sobran los negocios non sanctos. Un empleado, que ve desfilar millones todos los días en las ruletas, se topará con una situación límite. Su hija tiene un tumor maligno y la única forma de salvarle la vida es juntar el dinero para una cirugía muy costosa. Y como por las buenas no lo consigue, Vaughn (logrado rol de Jeffrey Dean Morgan) decide dar un golpe en el casino para lograr su objetivo. Aquí arranca una espiral de acción y violencia que, pese a algunos lugares comunes, acierta en breves escenas de alta emotividad, en las que Jeffrey Dean Morgan demuestra oficio. El atraco se complica más de la cuenta y la única puerta de salida para retener el tesoro es subirse al primer colectivo que pasa (el 657) y tomar a los pasajeros de rehenes. Habrá una mujer embarazada, un niño solo, una veterinaria forzada a tomar el rol de médica, uno vestido con traje de oso de promociones callejeras y hasta un violento con cuchillo en mano. Ese combo sobre cuatro ruedas será como tirar un fósforo sobre nafta cuando suben tres ladrones dispuestos a arriesgarlo todo para salvar su botín. La figura del héroe ambiguo, de víctima y victimario, será adoptada por Vaughn, un personaje a quien el director le ofrecerá un guiño redentor, que hasta puede abrir polémica. Aunque coquetee con la historia rosa, vale la pena subirse a este colectivo.