Cuando se trata de una segunda parte hay cosas que uno ya tiene planteada: la relación entre los personajes principales, un pasado en común, una estética y los villanos que aparecen. El problema de esta película es que peca de dar por sentado esto y no construye nada nuevo desde el inicio.
Así es como con una técnica ejemplar (brillante secuencia de títulos, uso de cámara en mano, mezcla de sonido), vemos a Bryan (Neeson) una vez más haciéndose cargo de los errores pasados. El tema es que esta vez la víctima es él y, para llegar a hacerle daño, vuelven a caer la ex mujer y la hija. Si hasta acá les parece un revival de Duro de Matar, no saben todo lo que falta.
En una seguidilla de cliché tras cliché del género acción, acá se pierde la verdadera motivación del personaje que tanto atrapaba en la primera (recuperar a su hija y salvarla de esa red de trata de blancas), lo cual en términos de atractivo no parece una buena elección y se la reemplaza por una venganza ... con un malo tan caricaturesco (o será que es porque lo recuerdo como Boris en Snatch)con poco peso especìfico y demasiadas limitaciones. El resto, ya se lo imaginarán.
Neeson se nos está poniendo viejo, chicos. Y el guión tampoco aprovecha eso. Él sigue siendo una supuesta máquina con una hija cuasi adolescente que no sabe manejar hasta que puede lidiar con una persecución (!!). Tampoco es que la idea de “legado” esté bien manejada porque si quieren presentar que es digna “hija de”, hay mejores opciones.
De alguna manera, Oliver Megaton (el director) eligió que este producto se apoye exclusivamente en la acción, dejando de lado el desarrollo argumental y emotivo que nos atrapó en la primera.
Como dije al principio: salva la técnica.
Rcomiendo verla en sala por lo mencionado anteriormente y porque los comentarios de los grupos de amigos eternos que van a ver esta película son imperdibles. Probablemente lo más divertido haya sido eso.