Persecuciones que se repiten.
En la primera (e innecesaria) secuela de Búsqueda implacable, estrenada aquí en 2012, la única novedad eran los escenarios de Estambul que si no alcanzaban a compensar la irremediable mediocridad del guión, aportaban algún atractivo visual. Este tercer capítulo -cuyo único valor destacable reside en la declarada promesa de que "todo termina aquí"-, ni siquiera existe ese desahogo. Todo transcurre en una imprecisa región urbana del sur de California, similar a las que se ven en la mayoría de las ficciones producidas en Hollywood y alrededores, y lo que se ofrece es el menú de siempre: un mínimo de historia y un máximo de acción. Eso sí, a velocidad de vértigo y, en este caso, a costa de la inteligibilidad, sacrificada por culpa de una edición espástica. Gracias a ella, y también a una cámara que elige los ángulos más rebuscados e incoherentes cuesta, por ejemplo, distinguir a quien golpea de quien recibe el golpe y establecer quién persigue a quién. En fin: una colección de cacerías, enfrentamientos, tiroteos, choques y alguna que otra explosión. Situaciones de las que el protagonista, el ex agente de la CIA Bryan Mills (un Liam Neeson con cierto aire de fatiga comprensible a estas alturas de las repeticiones) saldrá siempre indemne.
Bastaría con decir que se trata del peor de los tres capítulos de esta serie en la que Luc Besson invirtió escasísima imaginación. En este caso, han pasado algunos años desde la última aventura: el protagonista se ha separado amigablemente de su esposa y ésta se ha vuelto a casar. Con un millonario, con quien las cosas no andan del todo bien. Por eso, porque necesita confesar sus penurias, visita a su ex, siempre tan comprensivo. Él le ofrece la llave de su departamento por si necesita tomar distancia para reflexionar, y ella acepta. En mala hora, se verá por qué. Lo que importa es que el héroe tenga a quien hacer objeto de otra búsqueda implacable, si es posible con la cooperación de su brava hija adolescente. Para eso hay un asesinato y Bryan resulta sospechoso de haberlo cometido. Ya se las arreglará para huir de quienes lo siguen mientras él busca al verdadero asesino. Todo eso es, claro, lo de menos. Sólo importa que haya persecuciones, muchas, confusas y repetidas. Por lo menos, para Besson y sus secuaces, que ni siquiera fueron capaces de disponer de un villano más o menos convincente. El vértigo, otra vez, no alcanza para disimular la torpeza de la realización. Queda confiar en que la promesa se cumpla y todo termine aquí.