Con la muerte en los talones
Tomando el título de la gran canción final de All That Jazz (aquella despedida de Roy Scheider del mundo de los vivos a todo trapo), Bye Bye Life es un nuevo documental de Enrique Piñeyro -director de Whisky Romero Zulu y Fuerza Aérea SA- en el que el director y piloto pega un volantazo con respecto a los temas que venía tratando (el mundo de la navegación aérea en la Argentina) para abocarse a un minucioso y muy particular proyecto sobre la fotógrafa Gabriela Liffschitz y sus últimos días de vida a causa del cáncer.
De una intimidad extrema, la película tiene dos claros protagonistas: el director y su “estrella”, dos figuras que se recortan claramente por sobre los temas que la misma película plantea. Cuenta el propio Piñeyro -y es lo que veremos en pantalla- que el proyecto inicial había sido un largometraje con porciones de ficción sobre algunos temas que Liffschitz había empezado a trabajar luego de haber sido diagnosticada con esta enfermedad terminal. El cuerpo y su imagen, la cultura de la enfermedad o lo innombrable de la muerte sonaban como algunas aristas posibles, para las cuales Piñeyro había llegado a convocar a actores profesionales para ensayar algunas de estas ideas, siempre sin dejar el humor (bastante negro) de lado.
El agravamiento repentino de la poca salud restante de Liffschitz acelera los tiempos, y hace que la película se convierta en un documento de la filmación que no pudo ser. Más que una película sobre la fotógrafa, Bye Bye Life termina siendo un documental sobre el propio Piñeyro (que aparece en cámara tanto o más que la propia “protagonista”) en su intento de filmar el proyecto original. Y las causas de ese viraje terminarán siendo además el material de base sobre el cual la película se vuelve ensayo acerca de las posibilidades de un registro del fin de la vida en relación con la tan discutida y por suerte nunca zanjada cuestión de la moral en el cine.
Una pantalla en negro en un momento clave de la película -una apuesta polémica- es también una gran toma de decisión y una afirmación fuerte en un panorama local bastante tibio en cuanto a reflexionar sobre qué es lo que se puede y no se puede ver en una pantalla de cine. Bye Bye Life es un film incómodo y ruidoso, que en su alarde de presencia genera sensaciones variadas (empatía, rechazo e indignación, entre ellas) pero también dispara -y aquí está su virtud- varias preguntas sobre los límites en el deber ser del arte cinematográfico.