Sólo bellas metáforas
No es la primera vez que Spielberg filma una película ambientada en una guerra mundial. Ya lo vimos entrar en estos terrenos. A pesar de los inolvidables primeros cuarenta minutos de Rescatando al soldado Ryan, no debería sorprendernos, entonces, encontrar en esta película todo el "humanismo" spielbergiano, toda esa marea de sentimientos tibios. Pero a pesar de un par de excelentes escenas de combate, la película se empantana y termina ahogándose en su propio mensaje (léase: la guerra es mala).
A estas alturas nadie puede negar que Spielberg es un buen narrador: sabe armar momentos, sabe esperar resoluciones. También sabe rodearse de la gente que necesita para crear lo que quiere: John Williams aporta una banda sonora espantosamente recargada y blanda, Janusz Kaminski ofrece una fotografía suntuosa, majestuosa, casi sensual cuando acaricia la piel del caballo. Pero todos estos superpoderes de los profesionales más profesionales que Hollywood tiene para ofrecer están puestos al servicio de un cuentito blando con metáfora fácil, que pierde el rumbo en su búsqueda de sentimientos y humanidad.
Es extraña y hasta podría haber sido interesante la libertad que se toma Spielberg para narrar en esta película: arranca como película de familia (con toques de John Ford), sigue como relato de guerra, no deja de ser nunca una película sobre caballo (aunque el caballo queda a veces de lado), pasa por algún pequeño momento de película de crecimiento, estalla con metáforas y carreras súper digitales, cierra con un atardecer naranja. El problema con todo este devaneo es que si el espectador no quedó arrebatado en el segundo 30 con la hipermusicalizción de Williams y los primeros planos de los ojos celestes del joven protagonista, se va a aburrir muy rápido. Y Caballo de guerra es una película larga. Esta libertad tiene una consecuencia que el clasicismo (y el propio Spielberg) conocían bien: puestos a narrar muchas pequeñas historias, ninguno de los personajes que supuestamente deberían interesarnos llega a desarrollarse jamás y lo que queda es un salpicado de viñetas que apenas si nos comprometen.
Hay muchos niños en Caballo de guerra: el protagonista (que supuestamente crece, pero que evidentemente está anclado en los 10 años), los hermanitos alemanes (puestos ahí para demostrar que del otro bando, a pesar del sadismo general que exhiben los alemanes en esta película, también hay seres humanos), la francesita ("la guerra nos toca a todos", único recordatorio de que la mayor parte del metraje transcurre en Francia). También hay algo muy infantil en la forma de narrar esta Primera Guerra Mundial: sea por montaje, por un molino que obstruye la vista o por cualquier otra artimaña, en esta guerra de trincheras, de barro y mugre, nadie muere frente a cámara. La gente simplemente se desvanece. También hay algo exageradamente infantil en la fildelidad del protagonista a su caballo, no porque la fidelidad sea en sí infantil, pero sí por la forma monolítica y obsesiva con la que el personaje busca a su caballo. No hay en esta película de amor niño/mascota lugar para la menor complejidad, desviación o preocupación por la densidad del mundo que lo rodea (y estamos en medio de la Gran Guerra): solo importa el caballo.
Para rematar, y por si alguien no había entendido que Caballo de guerra está cargada de un "mensaje importante", cerca del final, después del mayor despliegue de efectos especiales de toda la película, cuando el caballo queda atrapado entre los alambres de púa que separan las trincheras de ambos bandos, dos soldados (uno de cada bando) se acercan para ayudar al caballito y de paso explicarnos: la guerra es mala, solo existe gracias a la perversidad de los hombres y los inocentes (niños y caballos) son quienes deben sufrirla.