Me gustan mucho tanto el cine bélico como la literatura bélica. Mientras veía esta película vino a mi memoria un fragmentito de “Sin novedad en el frente” en el que los soldados alemanes escuchan un lamento desgarrador que no era humano: era de los caballos que por instinto corrían de donde había sido la batalla, pero que estaban tan mal heridos que tropezaban con sus vísceras. El caballo ha ido a la guerra desde el principio de ellas, ha sido una marca de status y de fuerza y éste melodrama utiliza este aspecto como punto de partida.
Ante todo, tengo que decir que Spielberg es de mis favoritos. Ha sido el hombre que me ha enseñado a soñar en la sala sin importar lo que me ponga delante: si me decía que llore en el Holocausto, lo hacía, que me ría mientras un arqueólogo luchaba contra los nazis, lo hacía, que me maravillara con extraterrestres que hacen volar bicicletas, lo hacía o que me muriera de terror o porque la casa no estaba limpia, o porque venían los dinosaurios o porque un tiburón asechaba. Esta película no escapa a ninguna de sus constantes (bueno, no hay aliens) pero para mí representa tan bien su obra, que no puede no gustarme.
Es la historia de un chico sin nada en el mundo, cuyo padre trae un caballo perfecto, hermoso e imponente y él se apega de una forma increíble. Remarquemos el hecho de que no se entendían demasiado con su padre y que cuando uno no tiene nada, crea las relaciones más extrañas por la misma necesidad de tener un vínculo, de sentirse representado. Todas las obras bélicas remarcan esto: la camaradería, presente tanto en animales como en soldados.
Si bien todos sabemos cómo termina antes de que pasen los veinte minutos, esta película tiene una música fantástica (a veces creo que Williams habla y los violines le entienden), una fotografía impecable, un casting digno (excepto el chico que hace de Albert) y un ritmo perfecto para el género melodrama. Tenemos momentos de risa, de miedo, de drama absoluto y toda la construcción que es típica del cine hollywoodense en su máxima expresión: música constante como elemento catalizador, fotografía con paleta de colores que se va haciendo grisácea a medida que llegamos a la guerra, subrayando las situaciones: la construcción del ambiente, de la aldea rural, los uniformes, cómo va evolucionando la estructura bélica desde el inicio de la guerra hasta que vemos a Albert, etc.
Como constantes de Spielberg podemos encontrar la aldea que se ve afectada por un hecho particular (aparición del caballo), el chico más inteligente que el resto, el elemento religioso (acuérdense del chico caminando por las trincheras mientras reza “el señor es mi pastor…”) y, claro, la guerra.
Muchos han criticado su duración (casi tres horas), pero no conozco melodrama breve. También es cierto que gran parte no la ha visto en la pantalla grande y acá es donde tienen que pensárselo dos veces: la tecnología digital suele saturar los colores, por ende perdés gama cromática en el medio, eso hace que pierda profundidad (cosa imperdonable para un fotograma que es plano) y se haga más plana. (Además, nadie ve normalmente en HD). Esta película es para el proyector, es para el fílmico, con esa profundidad impresionante que te hace tener ganas de gritar a la pantalla “¿3 cuánto D?”.
Es el cine a la usanza hollywoodense al cien por cien. Gracias, Steven, me hiciste sentir una nena de nuevo.