Debería haberlo sabido
Y efectivamente Cadáver (The Possession of Hannah Grace, 2018) es una versión hiper mainstream y volcada a los exorcismos de The Autopsy of Jane Doe (2016), aquella pequeña maravilla dirigida por el gran cineasta noruego André Øvredal, responsable de la genial Trollhunter (Trolljegeren, 2010): mucho más cerca de la iconografía satánica estándar, esa que el Hollywood de las últimas décadas parece disfrutar tanto, que de la vertiente más terrenal y mugrosa de esas otras “cosillas” que pueden ocurrir en una morgue, representadas por ejemplo en la necrofilia de El Cadáver de Anna Fritz (2015), el film que nos ocupa de Diederik Van Rooijen juega con el suspenso y los reglamentarios jump scares sin demasiada imaginación y en especial haciendo énfasis en el estereotipo del protagonista atribulado que debe enfrentarse a algo bastante más amenazante que su trauma psicológico.
Aquí el desarrollo se acerca a lo que sería una suerte de slasher de hospital -sobre todo en sintonía con Visiting Hours (1982) y Halloween II (1981)- aunque bajo el típico andamiaje paranormal de nuestros días y con un núcleo narrativo centrado en una ex policía llamada Megan (Shay Mitchell) adicta a las pastillas, debido a que su pasividad desencadenó la muerte de su compañero cuando un loquito disparó contra ellos. Apenas empezando en su flamante trabajo como asistente de entrega de cadáveres de un mega hospital de Boston, la mujer tendrá que lidiar con el cuerpo de una tal Hannah Grace (Kirby Johnson), quien viene de padecer un exorcismo y en esencia se niega a morir porque al demonio de turno le sobra iniciativa homicida y con cada nuevo asesinato cometido se cura un poco más de heridas sufridas pasadas, lo que deriva en el inefable fallecimiento de distintos empleados del lugar.
Si bien al guión de Brian Sieve no se le cae ni una bendita idea novedosa, por lo menos hay que concederle que es menos pueril/ bobalicón que el promedio contemporáneo del rubro y que el ardid de ir mechando algunos encuentros varios de Megan con su ex pareja, el también oficial de policía Andrew (Grey Damon), y con el padre de Grace, Grainger (Louis Herthum), logra dinamizar el relato y compensar los latiguillos remanidos que desde el vamos enmarcan al film en materia de puertas que se abren solas, un abuso del bus effect de tanto en tanto, la presencia de un ente reptante símil espectro vengador del J-Horror, personajes secundarios que no escapan de lo meramente decorativo y diversos engranajes gastados en esa línea. Tampoco es de extrañar la ausencia de desnudos en consonancia con la obsesión infantiloide del mainstream, a pesar de que hablamos de terror 100% morboso.
De todas formas la propuesta no llega a ser mala ya que consigue algunos momentos de genuino espanto apelando más a la sinceridad y el minimalismo que a la pomposidad light de fórmulas destiladas de la sensación de verdadero peligro de antaño, lo que nos deja con un producto ameno y relativamente potable aunque en simultáneo preso de una medianía bien olvidable que en su conjunto termina volcando la balanza hacia esa mediocridad paradigmática de tiempos como estos, en los que las “malas decisiones” del protagonista en cuestión, como por ejemplo la de trabajar en una morgue luego de la linda eclosión de un trauma vía homicidio (Megan debería haberlo sabido…), no se transforman en los viajes freaks de otras épocas fundamentalmente porque el cine actual -en todas sus variantes y procedencias- se toma demasiado en serio a sí mismo y casi nunca pasa del esquema rancio.