“Café Society” es una de las mejores películas de los últimos años del mítico guionista y director Woody Allen. Con una marcada reminiscencia a Balas sobre Broadway (1994), aquella película situada en la década del veinte y que también contaba con una subtrama mafiosa. Pero esta vez Allen no deposita todo en la búsqueda de risas, logrando una intensidad que permanece largo tiempo después de que la pantalla se funde a negro.
Los treintas. Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg) es un neoyorquino hasta la médula, pero también es un ambicioso buscavida que viaja a Los Angeles donde tiene una conexión que podría darle un trabajo: su tío Phil (Steve Carell), un agente de alto perfil en Hollywood que ha dominado totalmente la industria.
En un primer momento, Phil no está demasiado interesado en darle la bienvenida a su sobrino al mundo de tinsel town. Pero cuando su asistente Vonnie (Kristen Stewart) actua como guía de Bobby en Hollywood, serán los encantos de Vonnie – y su falta de pretensiones – que harán que Bobby encuentre mucho más que un trabajo.
Pero claro, Vonnie tiene un secreto…
Eisenberg cuadra perfectamente como el neurótico Bobby, cuyos tics, gestos, patrones de voz y tendencia a la sobreactuación le cae perfecto para el rol de doppelganger de Allen. Pero el protagonismo de la película realmente le pertenece a Stewart, que imprime a Vonnie con su inquietante y despojada belleza de un actuación sutil en la que tiene la difícil tarea de mostrar una personalidad dual.
El hermano mayor de Bobby, el gángster Ben (Corey Stoll) se está involucrando en todo tipo de travesuras violentas y a pesar de que Ben es un asesino, interpretado por Stoll funciona como comic relief de la película. Algunos de los hechos más infames de Ben parecen orquestadas sólo para el efecto cómico, y funciona.
El legendario director de fotografía Vittorio Storaro (ganador del Oscar en tres ocasiones) fotografía digitalmente con una cámara Sony 4K los tonos ricos en calidez en las impresionantes escenas del Hollywood de aquella era.
Una historia de amor imperfecta y empapada de nostalgia, “Café Society” es una película de rara belleza.
A los 80 años, Woody Allen como realizador es el equivalente a un padre o abuelo que no tiene ningún interés en la cultura popular moderna, pero que ama revisitar viejos álbumes de fotos mientras escucha la música de una época pasada. Esa nostalgia es también toda una declaración de principios, para Allen en algún caso, todo tiempo pasado, fue mejor.
Su película número 47 toca temas que ha explorado una y otra vez, desde los asuntos ilícitos a los misterios de romance mientras sus personajes contemplan el significado de la existencia y la terrible certeza de la muerte y la futilidad del día a día.
En este punto, seamos fans de su cine, o no, nadie va a ver una película de Woody Allen esperando ser sorprendidos.
“Café Society” es una dulce y ligera carta de amor al Hollywood de mediados de la década de 1930, así como el de Nueva York de la misma época.
Podría decirse que no hay nada remotamente plausible en “Café Society”, pero no podría importar menos porque como en Días de radio, Blue Jasmine, Misterioso asesinato en Manhattan y todas las grandes películas de Woody, esto es un cuento en la visión única de un hombre con su propias ideas de cómo eran las cosas, son y deben ser.
Como en la vida real, nada es perfecto, el amor y el deseo no tienen reglas ni moral y los caminos retorcidos del romance y la seducción con jazz de fondo son las invenciones de la imaginación exuberante de Allen. El pasado cobra vida como un metraje en loop que se ejecuta en su memoria, en fragmentos.
Allen siempre tiene algo para decir, aunque eso que tiene para decir sea siempre lo mismo. En lugar de una búsqueda de profundidad, la película tiene una simplicidad lineal que, a la luz de toda la basura pretenciosa que nos venden como arte, es muy refrescante. Paradójicamente un cineasta de 80 años y con 47 películas en su haber resulta un bálsamo de calidad y talento en el panorama cinematográfico actual.