Callback, de Carles Torras.
“Mírame con desprecio, verás un idiota. Mírame con admiración, verás a tu señor. Mírame con atención, te verás a ti mismo”
Charles Manson
Larry ensaya el texto. La voz profunda, impostada. El acento perfecto rozando la cadencia de un Clint Eastwood, el semblante apático, sumido en un silencio de gestos, extraño rostro que parece una máscara. Sujeto solitario Larry, que sueña con ser un reconocido actor de comerciales y que transita sus días como en una producción americana, alternando sus castings con un empleo en mudanzas, bajo un jefe con el que no se entiende y los almuerzos con Bobby. Un círculo que marca su vida cotidiana. Pero no es cualquiera Larry, o Pedro, porque es un inmigrante español que ansía el sueño que los americanos tanto pregonan. Desea convertirse en lo que ellos publicitan como el American Way y se aferra a eso con la convicción de poder lograrlo. Bien lo decía Jorge Asís en Carne Picada, triunfadores y triunfalistas; estos últimos persiguiendo siempre el anhelado premio, corriendo en pos de ello y quedando a mitad de camino entre la frustración y la animada fundamentación de que no era el momento. Él siempre está en ese sitio, esperando que el teléfono suene. Larry ensaya para un comercial que no hace. Y entonces aparece Alexandra.
Carles Torras con una cínica inteligencia retrata en Callback no solo el ya tan mentado tema de los inmigrantes y sus historias en tierras americanas, también juega una mano con la venganza que toman aquellos descastados hartos de permanecer en los grises del sistema. Cínico decíamos porque lo hace a través de un personaje que podría ser todo aquello a lo que temen o dicen debe temerse. Martín Bacigalupo crea un personaje que roza la perfección, un ente capaz de la más mínima expresión o del torbellino más destructor que podamos cruzarnos, un pobre tipo con ansias rotas por una realidad que lo supera y de la que no tiene más opción que sujetar a fuerza de golpes y desmadres. Si la melancolía y el cansino devenir de los hechos es la imagen que se tiene en la primera parte del film, solo hay que esperar a que las circunstancias alteren esta progresión para que comprendamos lo que uno es capaz cuando las razones, las nuestras, no bastan para convencer. Es allí donde la cinta gira hacia un siniestro, y no exento de humor negro, punto de no retorno. Ser es modificar. Alexandra, Bobby, el jefe, son los enlaces a ese mundo que sueña con poseer y que obtendrá aunque sea violentándolos. Hay en la construcción del personaje claras reminiscencias a Funny Games (1997) o American Psycho (2000), ese monstruo suburbano que comparte nuestro mundo y asimila sus reglas como tapadera a algo más siniestro, que sea un inmigrante indocumentado crea un vórtice no exento de controversia que hace del film una delicia.