Sigilo sacramental.
¿Cuántas veces hemos depositado grandes esperanzas en una película que -palabras más, palabras menos- finalmente resultó una decepción? En muchas ocasiones ese amasijo intelectual de prejuicios y expectativas nos juega una mala pasada, derivando por lo general en un repliegue hacia el momento previo al visionado, cuando las obras anteriores de los responsables de turno aún nos ofrecían una promesa: es allí donde descubrimos las razones de un “fracaso” que suele ser por demás relativo. Específicamente hablamos de Calvario (Calvary, 2014), el segundo opus de John Michael McDonagh y su reencuentro con Brendan Gleeson luego de aquella ópera prima intitulada El Guardia (The Guard, 2011).
Ahora bien, la presente duplica con dedicación todas las fortalezas y debilidades de su predecesora e invierte la tonalidad de la trama: mientras que El Guardia era una comedia negra similar en estructura a sus homólogas de los hermanos Joel y Ethan Coen, pero marcada por detalles costumbristas irlandeses y una parodia mordaz de la idiosincrasia nacional, Calvario continúa en esa senda aunque en esta oportunidad volcando la tesitura hacia el drama de ribetes existencialistas, lo que demuestra cierta incapacidad a la hora de llevar más allá el ingenio implícito en la anterior. De hecho, aquí el problema pasa por esta superación truncada en función de un convite correcto que definitivamente daba para más.
El catalizador principal es una amenaza de muerte al Padre James (Gleeson), un sacerdote de un pequeño pueblo costero de Irlanda, durante una confesión dominical. A pesar de que el clérigo reconoce la voz detrás de la intimidación, decide proseguir con sus tareas habituales, no obstante los feligreses no le simplificarán las cosas ya que deberá enfrentar una serie de ataques a su rol en la comunidad y los basamentos de su fe. Desde un caleidoscopio bergmaniano, el director construye una historia en mosaico que si bien hace eje en el cura, en realidad gusta de pasearse por las miserias de todos los vecinos del lugar, quienes tienen por fetiche descargar su cólera contra James sólo porque es un blanco fácil.
Por suerte esta ausencia de un verdadero móvil que justifique la vehemencia detrás de los intercambios entre los personajes está compensada por los maravillosos diálogos del guión del propio McDonagh y el extraordinario desempeño del elenco (no sólo vuelve a brillar Gleeson, hoy lo acompañan grandes actores como M. Emmet Walsh, Dylan Moran, Kelly Reilly, Chris O’Dowd y Isaach De Bankolé). Quizás lo más curioso del film es que en el balance final termina arrojando un saldo positivo, pero no por el sigilo sacramental, al cual el realizador le asigna la mayor importancia narrativa posible: una vez más la irreverencia salva a un relato que se bifurca en demasía bajo el tópico quemado de la crisis religiosa…