Calvario

Crítica de Lilian Lapelle - Cine & Medios

Pagando por los pecados de otros

En un pueblo pequeño en el norte de Irlanda, un sacerdote escucha una tras otra las confesiones de los habitantes del lugar como si supiera de memoria los pecados de cada uno. Hasta que un extraño personaje, luego de narrarle los aberrantes hechos que sufrió en su infancia a manos de sacerdotes, le dice que exactamente en una semana va a matarlo.
Así se inicia la semana del padre James (Brendan Gleeson), como una cuenta regresiva, esperando el día de su muerte. James no parece desesperado, no hace ninguna denuncia, y parece más interesado en salvar su alma, que su vida.
La amenaza latente provoca en él la necesidad de revisar sus asuntos y sus vínculos con los habitantes del pueblo, tratar de ayudarlos, de cumplir su rol de sacerdote, ante una galería de pecadores que no parecen poder o querer abandonar sus pecados. Hay personajes violentos, infieles, mentirosos, avaros, frente a los que cada día ve como su iglesia ha perdido valor. La gente del pueblo no siempre lo respeta, incluso hasta lo increpan, y él por momentos más hombre que sacerdote responde con ironía, sarcasmo y a veces hasta con violencia.
La historia es intimista, pequeña, y no pretende ser una reflexión sobre la situación actual de la iglesia católica; es una foto, un retrato de un pueblo que podría estar en Irlanda o en cualquier otro país católico, pero que muestra la relación que las personas comunes tienen con la religión que han heredado, de la que a veces dudan, o a la que a veces se aferran, y quienes pagan las consecuencias son los empleados que atienden al público, en este caso, el cura del pueblo.
Puede que el final de la historia no colme del todo las expectativas, pero Brendan Gleeson compone extraordinariamente al padre James, y los elaborados diálogos le dan un enfoque interesante a un tema tan tratado como la crisis religiosa, lejos de lugares comunes, y cargados de cinismo.