Dirigida por Alejandro Cohen Arazi y José Binetti, esta ópera prima es un documental cuyo contenido puede no ser muy novedoso pero su mayor atractivo es a nivel audiovisual. Por ejemplo, los primeros veinte minutos, quizás extensos pero aun así hermosos, es una observación detallada y bella, con juego de imágenes y música, de las salinas de un pueblo del sur de Buenos Aires llamado Médanos. La erosión provocada por la sal, esa sal que brinda trabajo pero a la vez parece destruirlo todo, retratada con un lente que sabe capturar y que además se permite distorsionarse, o mejor dicho, duplicarse.
Recién después de este aletargado inicio, aparecen los primeros testimonios. Resumiendo, Cáncer de máquina ahondará en cómo es la vida y el trabajo en ese lugar tan inhóspito y tan particular, la nada misma.
Hay algún testimonio que más bien parece el monólogo de un trabajador ya cansado que necesita hacer catarsis. Hay alguno otro que puede rememorar a uno delos documentales de Herzog, Encuentros al fin del mundo, que cuenta cómo es la vida en ese lugar tan solitario, viviendo tan aislados, algo que sólo personas muy especiales pueden lograr . Pero también hay constantes imágenes de la naturaleza, del cielo, de ese lugar tan especial.
Como ejercicio visual, es interesantísimo lo que hacen Arazi y Binetti, este recorrido lisérgico que proponen. A nivel narrativo, por momentos se puede tornar lento y reiterativo, pero la alternancia entre estos dos modos de contar la película –o sea, uno más enfocado en las imágenes, el otro en las palabras- logra generar cierto equilibrio para que la película no llegue a resultar tediosa.
Hipnótica y poética, con un relato enfocado más que nada desde lo visual (a la larga, los testimonios no hacen más que aportar un poco de contexto), Cáncer de máquina es una extraña e interesante propuesta, aunque a nivel narrativo le falte fuerza.