Un devaneo prescindible
Christophe Honoré (Ma mère, Dans Paris, La belle personne) es uno de los nuevos niños mimados del cine francés. Quizá por una necesidad de renovación, quizá por una cuestión de autobombo regional, ultimamente hay jóvenes que van sucediéndose en la recepción de ovaciones y laureles, y siempre aparece una "nueva promesa" distinta. Hasta hace poco les tocó el turno a Francois Ozon y a Arnaud Desplechin, y vale cuestionarse si se encuentra allí realmente la renovación, si no siguen haciendo un poco más de lo mismo que hubo siempre, y si alguna de sus películas realmente trasciende algo en algún sentido. Honoré, -quien desde su debut en 2002 viene concibiendo una película por año- ha cosechado premios y la crítica especializada habla -como siempre- de un verdadero "autor" y de un gran heredero de la nouvelle vague.
Honoré cuenta aquí con muchos elementos como para caer bien: un reparto de lujo (Louis Garrel, Clotilde Hesmé, Ludivine Saignier, Chiara Mastroianni, Brigitte Roüan) tramos musicales de tipo Los paraguas de Cherburgo, Conozco la canción o 8 mujeres, con los personajes cantando de a ratos, muchas referencias bibliográficas y cinéfilas a lo Godard -debe de aparecer una docena de títulos de libros que difícilmente tengan algo que ver con la trama- y una anécdota de amores y pasiones juveniles que bordea el melodrama lacrimógeno. Honoré se explaya en su temática favorita; la diversidad sexual, la homosexualidad y los límites difusos en las orientaciones amatorias de varios personajes, todos abiertos de mente, todos muy libres, todos muy bellos, todos muy progres. Hay un menáge a trois, luego una seguidilla de amoríos casuales por aquí y por allá, amor homosexual de variada índole.
Y por supuesto, los elementos dramáticos. Fundamentalmente, la muerte súbita de un personaje principal, a poco de empezada la película, y el efecto de esta pérdida sobre los otros. El director evita los velorios, los llantos familiares y decide hacer un importante salto hacia adelante en el tiempo, quizá para eludir los aspectos más difíciles y trágicos del asunto. Honoré parece un Almodóvar lavado que no importuna ni incomoda demasiado, ni mete ningún dedo en ninguna llaga, ni sabe crear conflictos universales. Ningún personaje tiene costados reprobables o difíciles, todos superan, comprenden, miran el cuadro con tolerancia, con esa postura tan "progre" presente en mucho cine francés. Hablan de su vida íntima sin ningún complejo, relatan a algunos familiares con naturalidad sobre sus atípicas relaciones. Como si el autor plasmara sus deseos de cómo correspondería reaccionar ante determinadas situaciones y bajara línea de cómo debería ser la gente.
Terminada la película, uno queda con la idea de haber recorrido la elegante y amanerada obra de un director que coqueteó con la sexualidad, con la muerte, los celos y el amor, sin decir absolutamente nada al respecto. Honoré cae, lamentablemente, en muchos de esos vicios que llevan a que tanta gente se tome para la burla al cine francés.