A contramano de la mayoría estruendosa del cine que vemos, Capitán Fantástico es acerca de algo. Un drama humanista brillantemente actuado y narrado -al menos en sus dos primeros actos- sobre los lazos que unen y separan a las familias y el conflicto entre dos filosofías muy diferentes sobre la crianza. El guión del también director Matt Ross ocasionalmente tropieza (especialmente en el tercer acto) y hacia el final opta por una resolución demasiado fácil y blanda que no alcanza a opacar los momentos de genuina profundidad que construye con naturalidad.
Ben (Viggo Mortensen) ha tomado el estilo de vida “regreso a la naturaleza” al extremo. Él y su esposa, se han trasladado a una granja aislada del noroeste del Pacífico para criar a sus seis hijos: Bo (George MacKay), Keilyr (Samantha Isler), Vespyr (Annalise Basso), Reillian (Shree Crooks), y Nai (Charlie Shotwell).
Cuando Leslie es ingresada en un hospital para recibir un tratamiento psiquiátrico, la tarea de criar a los niños cae sobre los hombros de Ben. El régimen diario que Ben le impone a sus hijos incluye no sólo el estudio intensivo de la literatura, las matemáticas, la ciencia y la historia, sino una dieta completa de actividades y tareas físicas.
Cuando Leslie se quita la vida, Ben se enfrenta a la dificultad de regresar a la sociedad (aunque sea temporalmente) con sus hijos para asistir al funeral. Allí, se encuentra con sus suegros que ven con escepticismo las elecciones en la educación de sus nietos.
En Capitán Fantástico las técnicas de crianza de Ben se cuentan desde una perspectiva emocional, pero el guión de Ross muestra los pros y los contras de su enfoque en contraste con la filosofía más convencional. El planteo de la película prefiere dejar la pregunta abierta ¿estos niños brillantes, independientes, articulados, y socialmente incómodos están mejor separados de la sociedad o se beneficiarían al ser integrados?
Capitán Fantástico se erige como un testimonio de la dificultad de la crianza de una manera poco convencional -aunque la idea de venerar a Noam Chomsky sea muy atractiva- especialmente cuando el tejido de la familia está desgarrado por el dolor y la inevitable necesidad de independencia.
A pesar de que la película contiene suficiente comedia para evitar que se vuelva un dramón, las emociones fluyen en el film y el choque cultural de los mundos logra el efecto deseado. Pese a esto, la resolución del conflicto toma un par de atajos, que amenazan con comprometer lo que la película construyó con ferocidad, inteligencia e integridad.
Una película que hace preguntas grandes, sobre la educación, la familia, y la EE.UU actual y presenta respuestas que quedan a medio camino, un camino que, sin embargo vale la pena recorrer.