Capitán Phillips (Captain Phillips, Paul Greengrass, 2013)
Una carga excesiva
No hay caso, en Hollywood hay una creencia de que el “prestigio” cinematográfico viene de la mano de la gravedad, la seriedad y la apariencia documental. De concebir ficciones con cámaras al hombro, montajes fragmentados, escenas confusas y dinámicas, con voces superpuestas y en un registro caótico por el cual la mitad de las cosas quedan fuera del cuadro o son captadas parcialmente. Varias películas de género son revestidas con esta apariencia de objetividad impersonal y de verdad indiscutible, y ciertamente se vuelven un tanto molestas cuando se centran en hechos “históricos”, como la caza de Osama Bin Laden desplegada por Katryn Bigelow en La noche más oscura. Incluso la nueva trilogía de Batman apela rotundamente a esa gravedad impostada, que a muchos nos resulta más soporífera que otra cosa. Entre los cineastas más apegados a esta estética, se destacan sobre todo Christopher Nolan, Michael Mann y, por supuesto, el británico Paul Greengrass (Vuelo 93, Domingo sangriento, Bourne ultimátum).
En este registro de personajes rígidos y de gravísimo semblante, inmersos en situaciones hiperdialogadas, de frialdad casi burocrática y pretensiones de realismo, puede inscribirse esta película. La historia está basada en las memorias del Capitán Phillips, en las que relata sus desventuras a bordo del inmenso navío estadounidense Maersk Alabama. El buque transportaba un descomunal cargamento de contenedores con agua y alimentos para África, pero en el camino fue interceptado por una banda de piratas que lo abordaron y tomaron el control. Las cosas no salieron muy bien y culminaron en un secuestro. Entramos en el terreno de lo que a Hollywood le gusta más: el despliegue de uniformados perfectamente adiestrados, equipados, comunicados y sincronizados, con sus equipos abocados a un operativo de rescate. Más publicidad para la Armada de los Estados Unidos.
Sin embargo, Greengrass sabe lo que hace. Hay un despliegue visual ciertamente poderoso, repleto de detalles, de las características y el funcionamiento del buque, de los procedimientos tomados, incluso se acompaña a los mismos piratas y a su trabajo esclavo sobre las costas de Somalía (saquean los barcos por encargo, recibiendo tajadas mínimas). Las actuaciones son notables: se destaca especialmente el somalí Barkhar Abdi, -por primera vez frente a cámaras- como el líder pirata, y Tom Hanks convence en una interpretación absolutamente sorprendente. También hay apuntes subyacentes que llaman a la reflexión, como la cercanía a la nulidad del valor de las vidas humanas en determinadas condiciones –para el protagonista, sin ir más lejos, llevar la carga a su destino parecería más importante que salvar la vida de su tripulación–. Pero 134 minutos quizá sean excesivos considerando que hay información redundante, un final que se hace esperar demasiado –aunque cuando llega, lo haga con una fuerza inusitada– y esa frialdad burocrática que impide la identificación con los implicados. El año pasado salió una película danesa bastante mejor llamada A hijacking, también centrada en un ataque pirata somalí a un buque de carga, con la salvedad de que la tensión era constante y la identificación con los protagonistas inevitable. La comparación vale la pena.
Publicado en Brecha el 15/11/2013