Disimetrías simétricas.
Definitivamente Paul Greengrass es un artista no apto para todos los gustos. A pesar de un esquema narrativo por lo general sencillo y un dejo humanista en lo que hace al tono, su macro obra se puede catalogar como la “versión hollywoodense” de una combinación áspera de documentalismo militante, cine testimonial de barricada y aquel realismo proletario inglés que se impuso con fuerza en el panorama internacional durante las décadas del 70 y 80. A partir de títulos emblemáticos como Domingo Sangriento (Bloody Sunday, 2002), La Supremacía de Bourne (The Bourne Supremacy, 2004), Vuelo 93 (United 93, 2006), Bourne: El Ultimátum (The Bourne Ultimatum, 2007) y La Ciudad de las Tormentas (Green Zone, 2010), el director ha sabido construir una carrera extraordinaria transmitiendo con valentía sus criterios al mainstream y encarando proyectos de rasgos muy personales.
No sólo la presente Capitán Phillips (Captain Phillips, 2013) continúa esta tradición, sino que se abre camino como otra de sus obras maestras. Si bien el británico ya era conocido por su capacidad para exprimir a nivel formal cada arista de esas historias provocadoras aunque fáciles de sistematizar, vale aclarar que hoy supera lo alcanzado con anterioridad al ofrecer una correlación exquisita entre la estructura de los thrillers de entorno cerrado y una dimensión ideológica que dispara reflexiones equidistantes, surgidas tanto del desarrollo dramático como de los intercambios verbales de los protagonistas. La cámara en mano, una escenificación aguerrida, un montaje hiperquinético, actuaciones despojadas y una fotografía contrastante son las herramientas de las que se vale Greengrass para plantear su batalla desde una izquierda autocrítica, capaz de señalar las lagunas retóricas eventuales...