La intimidad del infierno
Resulta curiosa la relación que se terminó gestando entre director y actriz, más allá de que fuera del set estos lleven una vida matrimonial casi normal. Es que Pablo Trapero volvió a elegir a Martina Gusman para un protagónico, como lo hizo en Leonera (2008), sólo que ésta vez la puso al lado de un peso pesado (campeón incontables veces) como Ricardo Darín. ¿Y la fórmula funciona? Oh, sí.
La historia que nos deja perplejos en Carancho (2010) es impresionante. Todo el entramado de corrupciones y mentiras que envuelven el negocio de las aseguradoras en un país cada día más oscuro hacen que todo el amorío sexual entre la enfermera y el abogado esté en un puesto muy relegado, aunque no dejan de ser interesantes esas miradas que Sosa (Darín) logra sacarle a la introvertida Luján (Gusman) entre tanta desesperación laboral.
Pero lo curioso no es este trío laboral tan fructífero. No, lo curioso es que una nueva historia de "qué-país-de-mierda-es-éste-en-el-que-vivimos" funcione tan a la perfección gracias a una dirección majestuosa por parte del innovador e intrépido Trapero, que hace de su cámara un protagonista más (mejor dicho, nos hace con su cámara un protagonista más) para seguir bien bien de cerca este infierno por el que transcurren diariamente los dos personajes principales de esta espectacular obra.
La parquedad del relato, los primeros planos a Gusman y Sosa (durante una secuencia de acción hasta una escena "íntima"), los efectos especiales, el maquillaje, la poca musicalización (gran acierto) y una sorpresivamente buena fotografía hacen de Carancho una película más que recomendable, ya apuntada como lo mejor que ha dado la cartelera del 2010.
Crudeza, realismo, violencia, amor, tensión, suspenso, drama, sangre, desnudos, ¡disparos!, y un ritmo inalterable desde las actuaciones hasta el guión -algo tan propio de Trapero- no nos pueden dejar indiferentes.
Lo que vale toda la entrada, literal y figurativamente, es el plano secuencia final... estremecedor. Ni la mejor película de terror en mucho tiempo me hizo saltar como salté en el desenlace de la acción definitiva, un poquito 'hollywoodizada', pero aceptable. Nuevamente, también, se agradece la obviedad en las elipsis, ya que si hay algo que uno aprende al ver el "nuevo cine argentino" es que resulta ser que había una vez un cine que con la imágen nos hacía entender lo que más de mil palabras nos pueden explicar. Nuevamente, gracias Trapero.