El abogado del diablo que quiere salvar su vida otras muertes
Se le llama Carancho al abogado que está siempre como un ave rapaz (verdadero significado de la palabra) buscando las indemnizaciones más jugosas, generalmente provenientes de los accidentes de tránsito.
Desde ese personaje, interpretado por Ricardo Darín, se dispara la historia de Pablo Trapero, un director que no teme caminar por la cornisa, y muchas veces, como en "Leonera" o "El bonaerense", tuvo brillantes resultados.
No es esta la mejor película que se puede ver de Trapero, al menos, está lejos de lo que se esperaba de un mix tan rimbombante como el que podrían ofrecer un director estrella del circuito independiente con un actor estrella del circuito comercial. Más allá del crecimiento del cine nacional y de que ambas corrientes cada vez se acercan más, lo que es saludable, desde ya.
Trapero hizo eje en la problemática corrupta del mundillo de algunos abogados nefastos y acertó en mostrar de alguna manera ese costado oscuro del andamiaje judicial de la Argentina. Pero esa meticulosidad aplicada en ese aspecto no la aportó para la composición de los personajes centrales. Y de este modo, ni Martina Gusmán rindió tanto como lo hizo en "Leonera" ni Darín brilló como lo hace en todas las películas de Juan José Campanella. Ese vínculo no está logrado y no contagia al espectador, quizá el mayor error de la película del realizador de "Mundo grúa" y "Nacido y criado".
Sosa (Darín) conoce a Luján (Gusmán) en la calle y tras un accidente de tránsito, el lugar y el momento apropiado para que ambas vidas se crucen ya que ella está haciendo sus primeras armas como doctora en un servicio de emergencia de salud.
Los dos no están pasando por un buen momento. Son almas solitarias y sufridas, aunque se sabe muy poco de su pasado, en otro detalle que no debieron pasar por alto los cuatro guionistas, entre ellos el mismo director del filme.
El derrotero de ambos se unirá en un camino común, en el que se combinarán momentos de crudeza y de mucha sangre, como los que suceden en el hospital donde trabaja Luján; y algunos momentos de pasión, como los que vive la pareja protagonista.
Relatado en un formato de policial negro, el filme se va desdibujando con el correr de los minutos y concluirá en un cierre que divaga entre la obviedad efectista y la metáfora moralista del tipo "quien mal anda mal acaba".
Por último, es rescatable sin embargo la mirada de denuncia del cineasta y la intención de sacar a la luz el accionar corrupto de los Caranchos.