Sangre nueva
Se sabe: que los adolescentes no miran películas viejas y que hoy que Sissy Spacek está para interpretar abuelas. Había un gran mercado potencial de generaciones que no conocen la historia de Carrie (aunque probablemente conozcan la imagen de la escena en el baile de graduación). Ahora que Hollywood se ha dedicado a rehacer y refilmar casi cualquier cosa (desde películas filmadas varias veces hasta series de televisión y juegos de mesa), no es de extrañar que lo que muchos consideran un clásico como Carrie tenga una versión nueva, moderna, para gente nueva.
Sin entrar en comparaciones con la versión de De Palma del 76, un posible problema para esta remake era que en buena medida aquella película funcionaba por el impacto y la sorpresa (por ejemplo, con el famoso epílogo). Hoy que la historia no es nueva y la producción masiva de películas de terror con esteroides tiene acostumbrado al público a varias cosas truculentas, la apuesta por una historia relativamente simple como la de Carrie podía resultar aguada.
Pero esta nueva Carrie tiene la sabiduría de creer en su propuesta: confía en la historia que va a contar, confía (sobre todo) en sus actores y sigue para adelante. El resultado posiblemente carezca de espectacularidad, pero tiene toda la dignidad de esas películas que saben lo que quieren y lo buscan.
Un gran acierto, por ejemplo, de esta versión dirigida por Kimberly Peirce (la misma que dirigió hace 14 años Los muchachos no lloran y poco más desde entonces) es no desesperarse por mostrar el ritmo hipermoderno que supuestamente le gusta a los chicos de hoy y no angustiarse tampoco por demostrar que está retratando a esos chicos.
Ambientada en algún pueblito, por momentos uno podría pensar que la película transcurre en alguna otra década más allá de la presencia de celulares multifunciones y YouTube, los adolescente de Carrie son simplemente adolescentes.Este trabajo casi modesto, por otra parte, se sostiene fundamentalmente gracias al trabajo de los actores (casi todas actrices), las compañeras adolescente de Carrie cumplen su papel de forma eficaz y con unas pocas arrugas y despeinada Julianne Moore logra componer el verdadero epicentro del terror en esta película.
Pero, por supuesto, el centro de todo es Chloë Grace Moretz: pequeña gran estrella de Hollywood que ya ascendió a la fama con una larga lista de películas (entre ellas, unas cuantas remakes de películas de terror), que incluyen títulos como La invención de Hugo Cabret, Kick Ass uno y dos y Sombras tenebrosas.
Grace Moretz tiene el encanto que hace a una estrella, su fotogenia es innegable. Su cara redonda llena cualquier pantalla y puede irradiar desde la inocencia más naif hasta el terror, lo sabemos porque hace años que la venimos viendo, en diferentes papeles. Sin embargo, su trabajo en Carrie posiblemente no sea el mejor. Siempre demasiado encorvada, demasiado temblorosa y después demasiado caricaturezca cuando desata su ira. Su Carrie es una criatura demasiado nerviosa y exacerbada. Sus mejores escenas llegan hacia el final, cuando el personaje empieza a abrirse (gracias a la invitación del chico más popular de la escuela) y por fin podemos ver a Grace Moretz hablar e interactuar como una persona real. Entonces, el personaje adquiere carnadura, se vuelve humana y podemos emocionarnos con ella y temblar con ella.
Carrie es una película de mujeres entre mujeres, empezando por la famosa escena de los tampones y hasta el minuto final. Esa es la fuerza de Carrie: los poderes sobrenaturales adornan el relato, pero la historia sigue siendo la de una chica que empieza a descubrir su propio cuerpo y el mundo, que quiere liberarse de una madre que la tortura y a quien ama; que se enamora del chico lindo del lugar (y que, de paso, parece ser el chico bueno del lugar). Aún sin haber profundizado en esa veta, la más fuerte del relato.
Carrie funciona porque confía en el trabajo de sus actores y les entrega el peso de personajes que con el correr del relato terminan de cobrar forma y por los cuales nos preocupamos.