Las piezas justas de un rompecabezas afectivo El cine y la literatura han servido en innumerables oportunidades para que un director/autor pueda recuperar (¿reinventar?) la historia de su familia. Eso es lo que hace Edgardo Cozarinsky en Carta a un padre, una de sus películas más modestas y, al mismo tiempo, más emotivas y logradas. El director de Fantasmas de Tánger y Nocturnos conoció poco a su padre, un marino que se pasó buena parte de su vida viajando. Con la ayuda de los testimonios de familiares y de un frondoso material de archivo (sobre todo cartas y fotos) que utiliza con precisión, no sólo reconstruye la historia de él sino también la de sus abuelos rusos y de esa inmigración judía que se asentó en distintas colonias de Entre Ríos desde fines del siglo XIX. Yendo de lo íntimo a lo social, del presente al pasado, de las palabras (el off es bello aunque en ciertos pasajes un poco recargado) a las imágenes (y a la música del Chango Spasiuk), Cozarinsky va encontrando distintas piezas para completar ese rompecabezas afectivo en un viaje personal sobre los viajes de su padre y los de toda una generación que escapó del caos y la miseria para buscar un nuevo lugar en el mundo en tierras entrerrianas. Carta a un padre -premiada en la Competencia Argentina del reciente BAFICI- es la película (lírica e inevitablemente nostálgica) de un viejo sabio: pequeña, noble, tierna, pero al mismo tiempo con una maestría que le permite cual gambeteador eludir todas las zancadillas de los lugares comunes propios de este tipo de relatos familiares y los golpes bajos sensibleros.
La poesía de un viaje al pasado En Carta a un padre (2013), Edgardo Cozarinsky emprende un viaje a Entre Ríos para indagar en sus orígenes. “Su pasado es sólo una pregunta”, así se refiere en off la voz del director, que también es un reconocido escritor, al motivo por el cual se embarca en esa travesía a través del tiempo para conocer más sobre su padre, quien murió cuando él tenía 20 años. Omnipresente a lo largo de toda la película, la mirada autoral y el punto de vista de Cozarinsky son los que guían la narración. Y lo hacen fundamentalmente a través de tres elementos: su voz -mediante un relato en off claro y conmovedor-, sus manos -que muestran las fotos antiguas y los documentos que ayudan a reconstruir el pasado- y sus ojos -que a través de la cámara encuadran paisajes conmovedores-. Todo eso, sumado a la música del Chango Spasiuk hacen de Carta a un padre una película con una poética exquisita y precisa. A pesar del pasado inconcluso, el documental demostrará que solo el hecho de plantearle preguntas es sanador y revelador. Apelando al ejercicio de la reconstrucción histórica, Cozarinsky retrata a través de la vida de su padre, la historia de la inmigración judía de fines del siglo XIX que llegó a Entre Ríos en busca de nuevos horizontes. Entonces, Carta a un padre también es la historia de un pueblo exiliado. Para mirar, para escuchar, para entender, para dejarse llevar por las hipnóticas palabras de Cozarinsky en este viaje espacio temporal a Entre Ríos y también al pasado; lleno de preguntas, repleto de poesía.
Luego de recibir una Mención Especial en el último BAFICI, a partir de este sábado se podrá ver en Malba Cine, el último trabajo de Edgardo Cozarinsky, documental coproducido entre Francia y Argentina en el que el director aborda la reconstrucción de un vínculo fundamental en su vida: internarse en el recuerdo de su padre, al que conoció poco y quiere descubrir. Cozarinsky (de quien recomiendo "Nocturnos", si se les pasó), arranca su trabajo trayendonos retratos de su infancia (fotos familiares en su mayoría) y alguno único (en particular un puñal nipón, entre varios) lleno de simbolismos . Su padre era marino y dejó muchos elementos de sus viajes en posesión de su hijo. Lo cierto es que ahí se presenta su historia, la de una familia de inmigrantes judíos en Entre Ríos (fines del sigo 19), con todo el color de su llegada y establecimiento en esos inmensos campos mesopotámicos. El documental recorre, con pausa y sin prisa (apoyandose en la delicada banda de sonido del chango Spasiuk), el camino de los interrogantes, abiertos y a veces, sin respuesta necesaria. O con conjeturas de difícil respuesta (la proyección del destino de su padre si hubiese llegado con vida a la época del gobierno militar, por ejemplo), pero siempre eligiendo presentarlos a traves de la clara voz del cineasta, en un tono preciso para describir sin estridencias ni vacilaciones. Cozarinksy hace fácil lo difícil, que es compartir una historia pequeña, íntima, desdibujando la distancia entre espectador y contenido. Hay en "Carta a un padre" mucha emoción contenida, un gran sentido de respeto por la memoria de una comunidad y una cadencia atractiva (donde la fotografía se luce trayendo la belleza de los cielos entrerrianos a cada instante) que la asocia con los grandes documentales de este año. Para reflexionar, conocer, explorar y recordar cómo hombres y mujeres de otro continente vinieron a renacer a través de un sueño en nuestras tierras. Y también, para compartir, la naturaleza de un lazo que tuvo poco tiempo material para ser vivido, pero que dejó huella en un escritor y cineasta de los más destacados de la escena independiente local.
Puede notarse enseguida cómo a la sensibilidad particularísima del cine de Cozarinsky para preguntarse por la vida y el paso del tiempo se le suma cada vez más una enorme capacidad de economizar recursos; sus películas hacen cada vez más con un gasto (de planos, de sonido, de palabras) notablemente menor. En Carta a un padre el director se aleja del ritmo urbano que supo marcar Apuntes para una biografía imaginaria y Nocturnos y viaja a Entre Ríos con el objetivo de investigar el pasado familiar. La pesquisa es accidentada y lo lleva por caminos impensados: la falta de documentos e información acerca de su papá (un distante capitán de corbeta que falleció cuando él tenía solo veinte años) lo empujan cada vez más hacia atrás en el tiempo hasta la llegada al país de sus abuelos rusos. La trama avanza y recala arbitrariamente en algunos puntos de la saga familiar, como la cena que organiza la abuela junto a la tumba de su esposo justo antes de enloquecer. La película parece adoptar la calma del paisaje y la voz de Cozarinsky realiza las intervenciones justas, ya sea para contar una anécdota, presentar a un personaje o leer un poema. En Carta a un padre la memoria propia, hecha de olvidos y de mitos fabricados (muchas veces disparados por las fotos de lugares exóticos que enviaba el padre durante sus viajes) deviene ya no un mapa a completar o un conjunto de recuerdos, sino una zona de dimensiones emotivas pero también geográficas que uno puede habitar. El último plano de un atardecer, que dura varios minutos y que carga con una melancolía casi intolerable, es un intento de demorar un poco más nuestra estadía en ese lugar sobrecogedor.
El texto de la crítica ha sido eliminado por petición del medio.
La memoria repetida En Carta a un padre, Edgardo Cozarinsky construye su último film como una forma de recuperar la memoria familiar (y en menor medida la de la nacionalidad). Indagando sobre sus orígenes en términos de línea paterna, recobra aquella infancia a la que se accede a partir de las voces de los sobrevivientes y los recuerdos tangibles que se poseen (pasaportes, fotos, postales, recortes y cartas) para narrar a un padre judío que llegó a estas tierras escapando de la guerra y la muerte, y encontró hogar y familia en una colonia entrerriana. Hijo que también hizo el camino inverso de su padre, Cozarinsky va desentrañando la historia propia aludiendo a determinados sucesos de la Historia mundial (pero la mayor parte de ellos en lo que tienen que ver con las raíces europeas). Documental clásico en sus procedimientos, con apenas algunos apuntes que no se extienden más que en su presentación (las fotografías de la adhesión al nazismo en el país con un acto en el Luna Park), el director no consigue alcanzar la potencia que exhibió en otras de sus producciones (La guerra de un solo hombre, Citizen Langlois, Fantasmas de Tánger) y sólo pinta una especie de melancolía que, en sus mejores momentos, se torna poética (el plano fijo de un atardecer con la luz en fuga), en otros los echa a perder explicándolos (las piedras en la tumba paterna, la sombra en el camino), y en la mayoría recurre a los lugares más comunes (el fuego de una hoguera, el cementerio del pueblo). Si para hablar del origen es necesario detenerse a mostrar, dos veces, un plano de una mano cavando la tierra hay algo que está fallando. NdR: Esta crítica fue publicada durante el BAFICI.
Este breve y sentido filme-ensayo encuentra al realizador trazando los pasos familiares desde la inmigración de sus abuelos hacia la Argentina a fines del siglo XIX, centrándose luego en la historia familiar en las colonias judías de Entre Ríos, las vidas de sus abuelos y, especialmente, de su padre, un marino de la Armada, que vivió viajando buena parte de su vida y al que conoció poco. Con mucho y muy bien conservado material de archivo (especialmente fotográfico), Cozarinsky cuenta la historia familiar en un tono entre nostálgico y poético, viajando a los pueblos de Entre Ríos donde vivieron sus familiares, lugares a los que nunca había ido anteriormente. Allí va reconstruyendo una historia biográfica (de padres e hijos) que es también una historia social y cultural de parte de la inmigración judía de esa época, con los devenires posteriores que son comunes a buena parte de la colectividad. Emotiva, honesta y sentida, la “carta” de Cozarinsky intenta conectar al realizador y escritor (también un “viajante”) con ese pasado con el que, más allá de las aparentes diferencias, uno se reconoce cada vez más. Y con ese padre –ausente en la vida real, pero “presente” en los regalos, postales y fotos que le envíaba– al que, dice el propio Cozarinsky, no conoció lo suficiente.
Edgardo Cozarinsky es uno de los realizadores más sólidos y creativos de nuestro país, dueño de una obra notable en el límite entre el documental y la ficción. Carta a un padre es una investigación, un trabajo detectivesco, como el mismo realizador lo llama, alrededor de su propio padre. La tesis que subyace al film, hecho de pequeños datos, de fragmentos dispersos, es que, después de todo, todos somos parte de una novela enorme, densa e imprevisible, de un mar de secretos. Cozarinsky se atreve a navegar el propio y, también, de ceder a la deriva.
Publicada en la edición digital #262 de la revista.
¿Cómo encontrar respuestas donde ya no hay rastros? El cineasta y escritor Edgardo Cozarinsky se interna en Entre Ríos para explorar sus raíces, la historia de su padre que falleció cuando él era muy joven. Que falleció en la etapa de nuestra vida en la que no nos importan mucho nuestros padres, pero sin embargo las preguntas que siempre callamos, con el tiempo vuelven, y si nunca fueron respondidas, mientras se acerca el fin de la vida, vuelven con todo. A partir de eso, Cozarinsky intenta responder estos interrogantes respecto a su pasado, sin éxito alguno, pero en la hora y pico que dura Carta a un padre, el realizador logra hacer preservar algo que estaba destinado a desaparecer. Este documental de la emigración judía se estará proyectando este jueves 28 de mayo en marco del ciclo De lo que no se ve. Riesgos y rupturas del gesto documental en el MACBA (Av. San Juan 328, CABA). Antes de la película, se proyectará una carta filmada del director dedicado especialmente a los espectadores de esta función, y una vez que termine el film los presentes podrán escribirle una respuesta que será enviada por correo postal al realizador.