Desastre en el callejón
Cats (2019), escrita y dirigida por el inglés Tom Hooper, aquel de las atendibles El Nuevo Entrenador (The Damned United, 2009), El Discurso del Rey (The King’s Speech, 2010) y Los Miserables (Les Misérables, 2012), es una de esas películas que hay que verlas para creerlas, un despropósito de principio a fin en el que cada ingrediente está llevado al nivel del ridículo o el grotesco… y no precisamente buscados, de cadencia contracultural, sino simplemente consecuencias de una catarata de malas decisiones estéticas y demás que nos conducen a una suerte de tortura fílmica similar a la de otras supuestas “montañas rusas” del mainstream de nuestros días como los mamarrachos de superhéroes, un enclave también dominado por la dictadura del artificio digital, la falta de una mínima novedad en lo que sea y la obsesión con desplegar secuencias al azar de pretendida espectacularidad sin que medie algún dispositivo retórico unificador entre aquella nada de por allá y esta nada de por acá.
La presente adaptación del tristemente célebre musical homónimo de 1981 de Andrew Lloyd Webber, catalizador del insoportable fetiche contemporáneo con los blockbusters teatrales exportables dirigidos a los turistas y al público familiero bobalicón, en vez de utilizar maquillaje para los personajes felinos apuesta a un híbrido espantoso entre CGI y actores de carne y hueso, a lo que se suma por un lado la nefasta decisión de reducir de tamaño a los protagonistas para “adaptarlos” a la escala de los gatos domésticos y por otro lado el hecho de que en lugar de crear una historia aglutinadora y coherente -al fin y al cabo estamos ante un producto hollywoodense supuestamente narrativo- se opta por mantener la “no trama” del musical original, presentándonos una colección de números/ cuadros aislados sin mayor lógica que el capricho del equipo creativo y desencadenando un hastío de lo más pronunciado por esta insensatez de fondo a nivel del diseño general y el relato.
El asunto comienza cuando una gatita llamada Victoria (interpretada por la joven bailarina Francesca Hayward, con muy poca experiencia actoral a cuestas) es abandonada en Londres por su dueño y de inmediato conoce a los felinos Jélicos, una tribu de gatos callejeros que durante esa misma noche llevarán a cabo una ceremonia anual -en realidad una especie de competencia- para decidir quién de ellos disfrutará de una nueva vida vía un “ascenso celestial” de lo más difuso. En esencia lo que tenemos delante nuestro es un metraje de casi dos horas en el que se presenta a los distintos contendientes y se establece los dos extremos del esquema maniqueo de siempre, léase el malvado Macavity (Idris Elba) y el patriarca del clan, el Viejo Deuteronomio, que ahora resulta que es una hembra (Judi Dench). Hooper nos embarra en la cara sin cesar a estos maniquíes peludos con caras humanas y llena a la trama de tiempos muertos que sinceramente causan vergüenza ajena.
Más allá del detalle de que el trabajo primigenio de Lloyd Webber ya era un mamarracho de por sí y lleva décadas de cansadora explotación alrededor del globo (ya lo dijo Roger Waters en It’s a Miracle del genial álbum Amused to Death de 1992, “el horrible material de Lloyd Webber dura años y años y años”), el film en particular es muy aburrido y no aprovecha el trasfondo kitsch de las mediocres canciones y puesta en escena originales, algo imperdonable tratándose de un planteo visual/ sonoro hiper pasatista como el presente en el que priman el baile y la música por sobre las inexistentes narración y dimensión conceptual. Los únicos puntos a favor están condensados en la interpretación de Memory, el hit histórico de Cats, por parte de Jennifer Hudson en el papel de Grizabella y en la mínima intervención de Taylor Swift como una Bombalurina que le canta sus loas a Macavity, sin embargo no alcanzan para salvarnos de este mega desastre en los callejones londinenses…