Cats: Bizarra y no por valiente.
La adaptación del ya mítico musical creado por Andrew Lloyd Webber llega a los cines argentinos, dirigido por el oscarizado Tom Hooper y con un elenco de lujo. ¿Esto es suficiente para lograr un buen film?
«No resiste el análisis» podría ser la frase que sujete toda la review del film, si no fuera tan facilista despojarse del entuerto que esta genera. Porque el musical original de Andrew Lloyd Webber sobre los poemas de T.S. Eliot, «El libro de los gatos habilidosos del viejo Possum» (Old Possum’s Book of Practical Cats), son no solo parte de la historia del musical, sino también parte de la cultura popular, gracias a canciones como Memory; y que, quién sabe por qué aciago destino, terminó adaptándose al cine con dirección de Tom Hooper. Sí, el mismo que se agenció tres premios de la Academia por su descafeinada versión de «Les Misérables».
Seremos sinceros desde el comienzo al mencionar que es casi una utopía la idea de adaptar el original estrenado en 1981, por varias razones puntuales. Este musical no contiene una estructura clásica del relato con sus tres actos – introducción, nudo y desenlace -, algo que fue todo un suceso en su tiempo, ya que se concentraba en una sucesión de cuadros musicales alrededor del tan mentado «Jellicle choice» para ascender al ansiado «Heaviside Layer» – la metafórica ascensión a una nueva vida -. Los diferentes cuadros en los dos únicos actos de la obra daban paso a una serie de canciones e interpretaciones que fascinaban por el trabajo del elenco. Bailarines y cantantes daban a esta seguidilla de momentos un espacio puntual de esplendor, casi como un «varieté».
Sarah Brightman, Elaine Paige, Paul Nicholas, Brian Blessed, Geraldine Gardner – muchos reconocidos intérpretes de hoy – fueron parte de ese show que sorprendió con su originalidad. Claro que el ya legendario compositor, autor, escritor, director de orquesta y productor musical Andrew Lloyd Webber estaba tras esta estrafalaria idea, tras cada cuadro de este musical nacido como un conjunto de canciones y unido por la dirección de Trevor Nunn, con coreografía y dirección asociada de Gillian Lynne, que completaron el fenómeno. Uno que lamentablemente Lee Hall y el mismo Tom Hooper no supieron contener al momento de trasladarlo a la pantalla.
La búsqueda de continuidad, darle una trama coherente a una historia de actos, la reincorporación de nuevas propuestas narrativas terminaron por jugarle en contra. Desde el momento en que escribimos todo lo anterior a este párrafo, entendimos que no solo es una aberración de CGI, sino también una confusa historia donde los personajes, cambiados y desdoblados, que no ayudan al espectador a empatizar con la historia. Es absurda, con crasos errores de continuidad y una pésima utilización del humor slapstick. Las bufonadas de Rebel Wilson interpretando a Jennyanydots – el gato vago que entrena ratones y cucarachas – son repetitivamente insulsas, burdas. El alivio cómico que pretenden que sea, junto a Bustopher Jones de James Corden, termina siendo el típico chiste del gordo que ya no funciona, si es que alguna vez lo hizo.
La magia que poseía Mr. Mistoffelees (Laurie Davidson) en el original teatral ahora es compartida con Macavity (Idris Elba), presentado aquí como el villano de la función, lo que genera confusión con los atributos de cada uno de los personajes presentados y también con el desenlace de la historia, donde Macavity recibe su merecido castigo. Que Judi Dench conjure al viejo Old Deuteronomy no es un problema, al igual que Ian McKellen como Gus The Theatre Cat, que lejos está de ser el frágil y patético gato anciano con temblores,- y más lejos aún de la dulce melancolía con que fue creado
Un largo etcétera nos tomaría repasar un elenco desaprovechado que carece de toda dirección actoral. Casi como ese desencuentro que acontece entre los FX y la puesta en general. Vistos los grandes decorados creados para las escenas, y más allá de una escala enrarecida entre estos trastos y los gatos, es la iluminación casi teatral, mayormente de neón, que quita profundidad y realismo en el contexto de la fantasía. Gatos antropomórficos lo son, pero sin equilibrio alguno; rostros humanos con grandes orejas en lo alto de las cabezas, pies y manos humanas, y un pelaje que en ciertos momentos provocará el mareante uncanny valley en el espectador.
Cats no posee un repertorio extenso de pegadizas canciones, si lo comparamos a otras producciones del autor como Jesucristo Superstar (1972), Evita (1976) o El Fantasma de la Ópera (1986), sacando, claramente, Memory, y tiene sentido en el contexto en que fue escrita, ya que cada canción o tema musical es sí mismo un motivo. Preludios y repeticiones son el enlace de estos que se desdibujan en el film hasta generar hastío en el espectador, puesto que suenan como «repeticiones» sin más. El crescendo se pierde allí desluciendo el número principal. La tribu de gatos, en ningún momento definida, ahonda ese desconcierto. El pase del escenario a un set de rodaje no es redefinido, ni contemplado.
En fin, soltaremos este entuerto, considerando una fallida traslación al cine de un musical que supo ganarse la ovación de la crítica y el público durante décadas, porque no se tuvo en cuenta el medio en que se realizaba, además de adolecer de un sentido estético que le diera armonía, más allá de no entender por qué este musical en particular. Si Taylor Swift y Jason Derulo significaban el gancho para las nuevas generaciones, esto es anecdótico al lado del terror que puede causar su imaginería visual y lo viejo que puede sonar el estilo musical del mismo. «Jesucristo Superstar» de Norman Jewison, estrenada en 1973, fue un éxito de taquilla justamente porque era contemporánea en los aspectos musicales, cuestión que con Cats no sucede porque llega treinta y ocho años después. Una pena que haya sido incomprendida nada menos que por su director y guionista.