Retrato benévolo de pequeñas hipocresías
Con humor agridulce y ciertos apuntes emotivos
Como en Besos para todos y Los mejores años de nuestras vidas , Daniele Thompson aborda en Cena de amigos la comedia coral, con la intención de pintar, valiéndose de un humor agridulce y sin descartar apuntes emotivos, los comportamientos y las relaciones, personales y sociales, de ciertos sectores de la burguesía parisina. Para lograrlo con más eficacia que mirada penetrante y con más benevolencia que voluntad crítica, cuenta con dos ventajas: una, fundamental, su talento para la conducción de sus elencos, generalmente seleccionados entre lo mejor del cine francés; la otra, el armónico equipo que conforma con su hijo, Christopher Thompson (también actor), en la construcción del guión y la desenvoltura de los diálogos, en los que nunca falta alguna réplica ingeniosa.
Aquí encuentra el ámbito apropiado para retratar las pequeñas hipocresías de la vida social en dos reuniones de amigos -casi todos cuarentones y profesionales- realizadas, con diferencia de un año, en coincidencia con la Fiesta de la Música, la ruidosa jornada de junio que alborota a medio París. Los que intervienen en este juego de falsas apariencias, disimulos y mentiras integran una galería variada. Son, además de los dueños de casa (una abogada hiperactiva y experta en divorcios y su desempleado y desorientado marido de origen polaco; un matrimonio de médicos, él, oncólogo; ella ginecóloga, en plena crisis); la hermana de la anfitriona y su actual y veterano compañero, cara conocida de la publicidad; otro abogado y su frustrada mujer; un jockey-decorador y una vivaz profesora de flamenco. Claro que entre cortesías no siempre sinceras, bastantes risas y simpatías o antipatías tapadas por la formalidad, habrá indicios de conflicto por culpa de una declaración fuera de tono o alguna visita inesperada.
Para darle aire a su propuesta y establecer quién es quién, a qué juega cada uno y cuáles serán sus respectivos destinos (ahí caben los ligeros toques dramáticos), Thompson altera el orden del relato y decide ir y venir entre la primera cena y la segunda. Quedan expuestas así las intermitencias del corazón, algunos cambios de pareja, ciertas sorpresas, un padre-hija conflicto que se resuelve a los apurones. Todo envuelto en una ligereza que redunda en la eficacia de un film que no aspira a las agudeza de Jaoui-Bacri ni consigue evitar algunos desequilibrios, pero que con su sostenido ritmo y sus magníficas actuaciones, resulta grato de ver. La música de Nicola Piovane hace su colorida contribución.