Tan francés...
Si quisiéramos repasar todos los lugares comunes del "típico cine francés", bastaría con ver Cena de amigos. No falta ninguno: acción casi nula, hipertrofia del diálogo, personajes "bien construidos", intrigas amorosas, reflexiones sobre la vida, quesos
.
Todo gira en torno a una cena que una pareja parisina de clase media alta organiza para un grupo de amigos y parientes. Preparan la comida, compran flores, los invitados dicen que no van a ir y después aparecen. Todo muy mundano. Vemos llegar uno a uno a los invitados, conocemos sus historias y la crisis particular que están atravesando en ese momento.
Una situación de espacio y tiempo tan limitados podría habernos hecho creer que Cena de amigos estaba basada en una obra de teatro preexistente, pero no es así: el guión fue coescrito por la directora Daniele Thompson (de quien se vio por estas latitudes Lo mejor de nuestras vidas) y su hijo. Aun así, la teatralidad está muy presente, empezando por esa situación arbitraria pero que revela la interioridad de los personajes y pasando por los diálogos en los que se habla sobre la vida y la muerte como quien habla sobre el clima (y que incluyen un brindis "A la vida y al amor"), que definen tan claramente lo que se quiere decir.
La ciudad de París aparece representada de una forma terriblemente banal, con el infaltable plano de la torre Eiffel iluminada de noche, las imágenes del Sena y la gente en la calle. Esta mujer tan enamorada de París plasma una mirada que parece la de un turista. La mayoría de los diálogos (que ocupan, como dijimos, la mayor parte de la película) están filmados con un muy convencional plano y contraplano que de tanto ir y venir en algunos momentos resulta confuso. Los personajes, tan bien delineados, caen fácilmente en casilleros absurdos (como la "J. K. Rowling francesa", que escribe un libro infantil ¡sobre un chico con síndrome de Down que tiene poderes mágicos!) y el personaje de Manuela, la española que baila flamenco, usa aros enormes y polleras blancas con lunares rojos, está tan cerca del estereotipo que casi resulta graciosa.
Para generar algo como una tensión narrativa, la directora decide cortar arbitrariamente la cena en un punto cualquiera, avanza un año para mostrarnos cómo han cambiado sus personajes (porque así es la vida) y después nos va contando de a retazos, a través de flashbacks muy mal usados, cómo terminó aquella cena que de una forma u otra marcó la existencia de estos personajes. Todo termina en baile y sonrisas (porque así es la vida).
Con una situación tan mínima, Thompson podría haberse dedicado a explorar los detalles de ese universo tan restringido en el cual decidió encerrarse, pero no lo hace. Las cosas pasan en esta película puramente en función de su "significado", cada línea está encajada como una pieza del rompecabezas. La cámara no encuentra placer en lo que está viendo y el espectador, tampoco. Por ejemplo, no tenemos ni un solo plano del famoso plato polaco del que los personajes hablan durante toda la película, una receta de la abuela del anfitrión que se comenta una y otra vez y que la directora decide agregar al comienzo de los créditos finales. Pero no está filmado.
Thompson no parece estar interesada en el cine ni en sus posiblidades; se interesa sólo por sus personajes, tan bien construidos, tan profundos, tan franceses...