Convocados por los hermanos Taviani, los fantasmas shakespearianos renacen entre los muros de una cárcel de alta seguridad en la periferia de Roma. La conjura fratricida que apunta a César va a conducir a su trágico final, pero esta vez las voces que la traman hablan en napolitano, calabrés, siciliano, romano... y las palabras suenan febriles, vibrantes, cargadas de inédita y potente emoción, con los colores vivos de una Italia popular y múltiple. Es el genial bardo el que las ha escrito, pero aquí, puestas en boca de quienes han matado y pagan sus crímenes con el encierro, cobran una nueva dimensión, una verdad palpitante y perturbadora. Hablan Bruto, Casio, Metello, Decio, César, pero quienes palpitan, se apasionan, se estremecen o arrebatan bajo los personajes son los improvisados intérpretes que tienen más autoridad que cualquier actor profesional para hablar de ira, de muerte, de traición, de culpa, de lucha por el poder. El verbo de Shakespeare, su espíritu, se colma de los ecos de la vida verdadera de quien lo pronuncia. Este formidable operativo, llevado adelante por los cineastas italianos a partir de la acción de Fabio Cavalli, director teatral del penal de Rebibbia, adquiere una rara potencia emotiva.
En el comienzo, el film reproduce la escena final de la tragedia, cuando un atormentado Bruto, vencido en Filipos y agobiado por la culpa, suplica a sus camaradas que le den muerte. Es una escena sobrecogedora (mención aparte merece su intérprete, Salvatore Striano, el único del grupo teatral que ya ha cumplido su condena y ha emprendido carrera como actor), que introduce en el estilo que los directores han elegido para su puesta, la subrayada entrega de los actores próxima a la sobreactuación y en contraste, el despojamiento y la austeridad de la escena concebida no de frente a un presunta platea sino organizada según el punto de vista de la cámara.
Tras el ruidoso aplauso del final, se disipa cualquier equívoco. No se trata de una representación filmada ni de un documental sobre el fenómeno del teatro dentro de una cárcel sino de lo que toda esa operación artística -y la experiencia escénica y vital de los presos puestos en contacto con la invención dramática de Shakespeare- ha inspirado a los Taviani. A la notable escena inaugural, siguen otros innumerables hallazgos: los primeros son el regreso de cada actor custodiado a su respectiva celda o el flashback que recrea a continuación el singular casting que se ha realizado semanas antes, proceso durante el cual cada aspirante expuso su talento histriónico, y también sus antecedentes penales.
César debe morir bien puede contarse entre las obras mayores de los Taviani. Es una obra que impresiona por su inusual espesor dramático y conmueve por su potencia y su visceralidad. Además, claro de la belleza plástica que debe darse por descontada tratándose de los autores de La noche de San Lorenzo .