A días de recibir el Premio a la Trayectoria en los Goya, llega a las pantallas chicas y grandes Ángela Molina con un protagónico a su medida. Charlotte, de Simón Franco bucea en el último intento de una actriz olvidada por volver a los focos.
Charlotte es una mujer cuya vida parece haberse quedado detenida en el tiempo. Una española viviendo en Argentina. Cuando descubre de casualidad gracias a su único amigo que un viejo conocido está en Paraguay para rodar una película cuya idea ayudó a concebir hace varias décadas, decide ir a por el papel que le corresponde. Ése es el inicio de una aventura con aires de comedia ligera y absurdo, por momentos una road trip donde todo, lo esperado pero sobre todo lo inesperado, puede pasar.
Escrita por el director Simón Franco junto a Constanza Cabrera y Lucila Podestá, Charlotte empieza con una muerte accidentada, sigue con un pasaje ilegal de fronteras y deriva en la posibilidad de rodar un comercial para una crema de belleza que dice quererla por lo que es pero pretende venderla toda photoshopeada. Sin embargo el corazón está puesto en este personaje, en esta mujer que dice ser fuerte como la casa que alquila a unos inquilinos que terminan abandonándola cuando los caños explotan. Ángela Molina brilla: cantando Miranda junto a su amigo en la ruta, con sus tempestuosos estados de ánimo, sus acciones impulsivas pero sobre todo su deseo, el deseo de que la miren una vez más, pero que la vean como realmente es y se siente: una mujer real. Su interpretación conjuga fuerza, sensualidad, sensibilidad. A la larga es una mujer decidida que cuando sabe lo que quiere va a por ello. Una mujer atrapada en sus recuerdos, en medio de una búsqueda más personal que artística.
Con tintes de melancolía por una época que ya no es y una colorida fotografía, Charlotte es la historia del viaje interno que necesita hacer su protagonista, saberse todavía capaz de descubrir y redescubrirse. A su alrededor pululan diferentes personajes con los que se va cruzando y se destacan el actor Ignacio Huang como su fiel asistente y amigo, y la actriz paraguaya Lali González como la directora de comerciales que parece resignada a no salirse del molde.
Una película divertida y absurda, con algo de fábula, que consigue calar fondo porque al final se trata siempre de poder vivir en el presente en el que todos nos encontramos encerrados y en el que a veces nos cuesta reconocernos frente al espejo.