50 sombras de Grey, la saga de erotismo blando para -ciertas- audiencias femeninas, donde es difícil encontrar algo que despierte la líbido, presenta en esta segunda entrega, 50 sombras más oscuras una continuación temática con un agregado, los momentos de comedia involuntaria.
La trama de 50 sombras más oscuras es bastante mundana, pero a diferencia de la primera película, al menos hay una trama. Centrada -como no podía ser de otra manera- en torno a la reunión de Ana (Dakota Johnson) y Christian (Jamie Dornan). Aquí veremos como la joven “independiente” que “ama trabajar” tiene sus reservas sobre ser verdaderamente sumisa, hasta que aparecen los regalos y el límite entre el control absoluto y la atención romántica se borran. A pesar de la “fuerte” determinación de Ana que una relación con Christian es mala para ella, se necesita apenas una conversación de 5 minutos antes de que se besen de nuevo. Entonces, minutos después de haber acordado “tomar la relación despacio”, ya están teniendo sexo.
No pasa mucho tiempo antes de que Christian regrese a sus manías controladoras. No tanto porque está locamente enamorado de ella -al menos eso es lo que afirma- sino más bien porque es un psicópata acosador consumado. Es patéticamente gracioso que Ana escape llorando del acoso de su jefe (Eric Johnson) para caer en los brazos de Grey.
Así durante la primera extenuante hora de metraje, con una subtrama que involucra a una ex-sumisa que quedó loca por Grey. Si esto ya suena a telenovela, esperen al tercer acto…
El último tercio de la película desciende directamente a una combinación de la serie “Dinastía” con diálogos de Pol-Ka. ¡El helicóptero de Grey se estrella, y él parece ileso, no se explica cómo! ¡Cachetazos! ¡Copas de vino arrojadas a los rostros! Todos los ingredientes de un clásico camp de culto instantáneo. Sólo faltaría un poster enmarcado de “La Crónicas de Riddick”, esperen… lo hay!
En todo caso la película resulta fiel a su gimmick, a medida que avanza y te dá la sensación que no va a terminar nunca, comienzas a entender lo que debe sentirse al ser castigado por un sádico.
Esta es una mala película, por momentos inmirable, pero eso no importa mucho. Cincuenta sombras más oscuras se produjo con una audiencia en mente y a los productores no les importa si alguien fuera de ese grupo ve o disfruta este resultado. Confundiendo el melodrama con madurez, esta secuela dolorosamente soporífera, estética, artística y conceptualmente abyecta, es demasiado tonta para ser sexy y de alguna manera termina siendo aún menos tentadora y excitante que el tedio original.
La falta de química entre los protagonistas, la falta de talento en la realización cinematográfica, la falta de una historia plausible, nada importa. Lo único que importa es perpetuar a escala global la fantasía que la gente cambia por amor.