La segunda entrega de la saga Cincuenta sombras de Grey tenía todo para superar a la primera pero, pese a vislumbrarse algunas buenas intenciones por parte de la dirección y los actores, el resultado sigue sin convencer.
Después de una primera entrega que le valió el premio Razzie a la Peor película del año en 2015, no era muy pretencioso fantasear con que el segundo filme de la saga Cincuenta sombras de Grey podía llegar a dar un salto de calidad. James Foley reemplazó a Sam Taylor-Johnson en la dirección y la trama introduce nuevos personajes y giros dramáticos a la historia, dos aspectos que incitaban a creer que todo sería mejor la segunda vez, pero no. El resultado es insatisfactorio, pese a algunos destellos de buenas intenciones.
En Cincuenta sombras más oscuras nos encontramos con un Christian Grey herido y dispuesto a cambiar sus “peculiares gustos” si Anastasia regresa a su vida. Pero, una vez que lo logra y la pareja está lista para virar hacia una relación "vainilla", sin reglas, castigos o secretos, aparecen terceros y mujeres del pasado de Christian que amenazan con separarlos nuevamente.
Quienes estén familiarizados con el libro verán que la película cumple en seguir los acontecimientos que se leen en sus páginas, con algunos recortes obvios por el cambio de formato, pero sin desviarse demasiado. Pero, en este intento de no obviar detalles en un lapso de dos horas, se muestra mucho y se profundiza poco. El personaje de Kim Basinger, Elena Lincoln, está totalmente desperdiciado. Ella es la mujer que introdujo a Christian Grey en el sadomasoquismo y salvo dos "tensos encuentros" con Anastasia, no vemos mucho más de ella. Leila Williams, la exsumisa del multimillonario que atenta contra la vida de Anastasia, tiene un rol tan débil como su personaje. Dentro de los "villanos", Jack Hyde (Eric Johnson), el jefe de Steele en la editorial, es el mejor logrado en este contexto. Aun así, los tres personajes están desarrollados de manera tan superficial que por momentos parecen ridículos y no logran generar la tensión para la cual fueron creados.
Mención aparte merecen los protagonistas. Jamie Dornan intentó adueñarse un poco más del personaje –ahora gesticula, se ríe y varía el tono de voz cuando las circunstancias así lo requieren–, pero el traje de Christian Grey no es para él. Dakota Johnson sigue siendo lo mejor de la película. Pese a su tono de voz, por momentos desesperadamente “bobo”, le bastan algunos gestos y comentarios para provocar risas y darle un poco de dinamismo al relato.
¿El sexo? En la primera entrega quedó en claro que, aunque este sea el gancho más atractivo de los libros, en el cine no iba a ser así. Estas escenas, en Cincuenta sombras más oscuras, son más eróticas y osadas, los protagonistas juegan con algunos elementos de “la habitación roja” y, aunque seguimos sin ver un desnudo de él, James Foley supo cómo sacarle mejor provecho a lo que se podía hacer y mostrar. Pero esta leve mejoría no implica que estas escenas sean el fuerte de la película. De hecho, parecen incluidas a presión en el relato y no son funcionales a él.
Pese a vislumbrarse buenas intenciones de la dirección –el recurso de incorporar flashbacks de la niñez de Christian estuvo bien– y también de parte de los actores, el resultado no cambió sustancialmente. Seguimos ante una cursi historia de amor, con actuaciones que no la hacen verosímil, y escenas de sexo “vainilla” y deslices “sadomasoquistas” que se quedan a mitad de camino. Una película pensada para fans que quieren ver en la pantalla grande parte de lo que imaginaron cuando leyeron los libros, nada más.