Sebastián De Caro vuelve a ponerse en el rol de director con Claudia, película que fue la encargada de abrir el último BAFICI y protagonizada por Dolores Fonzi en el papel de una obsesiva organizadora de eventos.
Si hay un oficio que depende mucho de los detalles, ése es el de organizar eventos. En especial, una boda, aquella celebración que puede significar tanto para dos personas y la gente que los rodea, que necesitan demostrar por un día que todo en su vida luce perfecto. Claudia toma el mando de una boda que estaba a cargo de una compañera que cae enferma y decide que todo va a salir bien, pero a su modo. Su intempestiva presencia en la organización incluye hasta cambios de locación, sin embargo no contaba con una novia que no quiere casarse.
La nueva película que dirige Sebastián De Caro intenta ser una comedia con aires de misterio. ¿Por qué la novia no quiere casarse? ¿Por qué su familia necesita tanto ese casamiento? Entonces Claudia pasa de organizadora a ser una especie de detective, se pone a investigar qué está sucediendo a su alrededor para así poder solucionar cada problema y que la fiesta salga como corresponde.
La obsesión que caracteriza al personaje protagonista es la misma que tiene el director a la hora de demostrar en cada plano toda su formación cinéfila. Está tan preocupado por referenciar constantemente a las películas y cineastas que le gustan que deja de lado un elemento principal: la trama.
Así, nos tenemos que acostumbrar a que una wedding planner se vista igual que una azafata, por ejemplo (pero, claro, así se parece a Jackie Brown). Y en su afán por crear un halo de misterio plantea un montón de detalles que nunca retoma y terminan quedando en el aire hasta llegar a una resolución apresurada y sin mucho sentido. En el medio, personajes poco desarrollados y momentos sin gracia y reiterativos que hacen que la película se vaya desinflando más y más desde la escena inicial con Lali Espósito.
Dolores Fonzi hace lo que puede con el papel que tiene entre sus manos, pero en general no se la ve cómoda. Eso sumado a una cantidad de situaciones inverosímiles propias de un universo que el realizador pretende pero no consigue construir, deriva en una película que, además, no llega a cumplir con su función de comedia: no causa risas.
Claudia sitúa a Sebastián De Caro como un gran recolector de citas cinéfilas, pero sin la capacidad de adueñarse de esas influencias para crear un mundo propio. Estando más interesado en ese aspecto deja de lado el esqueleto de la película: un guion que hace agua por todos lados y que no logra intrigarnos mucho tiempo ni hacernos reír.